Boletin 2003

La Devoción a la Virgen del Rosario en Jaén

Para un jienense amante de nuestra historia, costumbres y tradiciones se funden en un solo cuerpo espiritual tanto la devoción a la Virgen del Rosario como la práctica religiosa de su rezo público por calles y plazas, y ello a pocos años desde que el Rey Santo ganara definitivamente para la cristiandad la ciudad de Jaén. No fueron pocas las cofradías que desde entonces se crearon con la única finalidad ‑o al menos como la principal de sus funciones reflejadas en los respectivos estatutos‑ de practicar y fomentar el rezo del Santo Rosario.

Antes de introducirnos en la sucinta visión retrospectiva que seguirá a continuación, me siento obligado a recordar a cualquier persona interesada en nuestra historia mariana, que considero de todo punto imprescindible que comenzase leyendo y releyendo con minuciosidad una monumental serie de artículos que, sobre tal aspecto de nuestra práctica religiosa como comunidad, escribiera el notable investigador y escritor Rafael Ortega y Sagrista hace algo más de cuarenta años. Se trata de una serie de once entregas o capítulos que se publicaron en la revista de ámbito provincial PAISAJE, bajo el título genérico de Jaén, ciudad mariana. Desde luego cuando unas líneas atrás me he atrevido a calificar tal serie como monumental no me estoy refiriendo a una aportación de un elevadísimo número de páginas, sino por su impresionante contenido acerca de la historia mariana de Jaén, con un recorrido tan completo y detallado por la misma que de manera alguna le habría sido posible abordar a persona alguna que hubiese sido católica practicante sin ambages, devotísimo hijo de la Virgen María, con una preparación histórica y cultural de primer orden y, por si todo ello fuese poco, que hubiese pasado muchos miles de horas removiendo, leyendo, interpretando, ordenando, transcribiendo y estudiando los miles de legajos de papeles y libros antiguos que atesoran los múltiples archivos locales y provinciales que hasta nosotros han llegado. Ciertamente tantas y tan selectas cualidades únicamente podían darse, a un tiempo, en el gran cofrade que fuera Rafael Ortega y Sagrista. La impagable aportación mariana de don Rafael fue posteriormente en algunos aspectos complementada por Manuel López Pérez, otra gran figura de la cultura jienense, al que ‑creo que con toda justicia‑ el propio Ortega y Sagrista lo consideraba como su sucesor en la ejemplarizante tarea investigadora y divulgadora que tantos años él mismo desarrollaba.

Está perfectamente documentado que la devoción a la Virgen del Rosario se introdujo en Jaén a finales del siglo XIV, concretamente cuando en el año 1382 el rey Castellano Juan dona el palacio que poseía en esta ciudad a la Orden de Predicadores para que fundasen el Real Convento de Santa Catalina Mártir, pues con la inmediata presencia de los dominicos llegó igualmente la devoción a la Virgen del Rosario, que a su vez llevaba aparejada la práctica pública y privada del rezo del Santo Rosario. En tal convento figuraba ya a comienzos del siglo XVII una soberbia talla de la Virgen del Rosario, que afortunadamente y tras muchos avatares ha llegado hasta nosotros. En 1628 el escritor Ximénez Patón en su insigne Historia y Continuada Nobleza de la Ciudad de Jaén, al tratar sobre el monasterio dominico dice que “hay en este convento una imagen del Rosario, por quien ha obrado Dios infinitos milagros…”. La imagen ya por entonces era la titular de su propia cofradía de gloria y del todo sintomático resulta que entablase y ganase por las mismas fechas un pleito con las demás cofradías de gloria de la capital sobre la prelación del lugar que habrían de ocupar sus componentes en los rosarios generales a que concurrían todas las hermandades, ganándolo luego de quedar demostrado ante los jueces eclesiásticos que era la más antigua de la ciudad. La imagen a que me refiero de la Virgen del Rosario permaneció en el convento de frailes dominicos hasta la exclaustración de 1836. De allí, imagen y cofradía pasaron a la entonces parroquia de San Andrés, para a continuación peregrinar hasta los dos conventos de monjas dominicas que por entonces aquí existían, haciéndolo primero al de la Concepción, en la calle Ancha, y posteriormente al de los Ángeles, que fue a poco igualmente cerrado, retornando entonces otra vez a San Andrés, donde hoy en día continúa la bellísima imagen, escoltada por los dos grandes faroles que antaño abrían los rosarios públicos y el vistoso estandarte de su antigua cofradía, que se extinguió unos años antes de la Guerra Civil de 1936. Para darnos una somera idea de lo que representara esta sagrada talla para nuestros antepasados, diremos que ya en 1571 se le hizo aquí una procesión general ‑al igual que a la Virgen de la Capilla‑ para dar gracias a Dios por la victoria naval de Lepanto contra las armas turcas, desde el primer momento atribuida a la intercesión de la Virgen del Rosario, en otras muchas ocasiones fue sacada en procesión general, ya de rogativas para implorar lluvia o el cese de una epidemia, como en acción de gracias por otras victorias de las armas españolas o por no haber causado víctimas el terrible terremoto de 1755, que a punto estuvo de acabar con nuestra incomparable catedral.

Los dos conventos ya mencionados de monjas dominicas ‑el de la Concepción en la calle Ancha y el de los Ángeles al comienzo de la actual calle Martínez Molina‑ desempeñaron también un papel fundamental entre los jienenses acerca de la consolidación y propagación devocional a la Virgen del Rosario, pues no solamente ambos conventos siempre mantuvieron en culto imágenes de tal advocación sino que de sus conventos salían los Santos Rosarios públicos más concurridos por fieles de toda la capital los meses de Mayo y Octubre, y ello por muchísimos años. La mayor parte de los obispos que gobernaron la diócesis a partir de don Antonio Brizuela y Salamanca (1693‑1708) impulsaron la práctica del rezo del Santo Rosario con un celo entusiástico. Por citar quizás al último de ellos que se distinguiera especialmente en esta cuestión, don Manuel María González y Sánchez (1877‑1896), cursó en 1883 a toda la diócesis una carta pastoral exhortando al rezo del Santo Rosario y ordenando para la festividad de la Virgen del Rosario de tal año solemnes cultos a la misma en la totalidad de las iglesias de la provincia. En Jaén capital tuvieron tales actos especial relevancia y brillantez, pues se trasladó hasta la Catedral, el día anterior a su festividad, la imagen que de tal advocación mariana existía en el convento dominico de la Concepción ‑y felizmente todavía podemos ofrecer nuestras plegarias a la misma imagen hoy en día en al altar mayor del propio convento de dominicas, sito en la calle Llana‑, allí se le cantaron vísperas y maitines, para al día siguiente ofrecerle una solemnísima función religiosa y ser trasladada nuevamente a su convento en una procesión general, con rezo del Santo Rosario, a la que acudieron muchos miles de personas. Fueron muchos los años que tal rosario público se celebraría, auspiciado en todo momento por la propia cofradía de la Virgen del Rosario existente en el desaparecido convento de la calle Muñoz Garnica. Con la llegada de los vientos antirreligiosos que trajera la II República, también se extinguió, como tantas otras cosas, aquella benemérita cofradía, que de alguna forma, hoy revive en el actual convento dominico de la Concepción.