La Cofradía del Rosario

      Los historiadores están de acuerdo en señalar al dominico Alain de la Roche como el fundador de la Cofradía del Rosario. Hizo de la recitación diaria del salterio de la Virgen la obligación principal de la Cofradía de la Virgen y de Santo Domingo, que fundó en Douai (Francia) en 1464. Los hermanos y hermanas de esta cofradía participaban de los bienes espirituales de la orden, tal y como recogió en su Libro y Ordenanza de la devota Cofradía del salterio de la gloriosa Virgen María, cuya difusión comenzó después de su muerte el 7 de septiembre de 1475, víspera de la fundación del Colonia de la primera Cofradía del Rosario.

      El 10 de mayo de 1476, a instancias del emperador Federico III, ya inscrito en la cofradía con su esposa Eleonora y su hijo Maximiliano, el legado pontificio Alejandro Nanni Malatesta se hizo inscribir a su vez y escribió al mismo tiempo una carta de indulgencias, inaugurando así una política de prestigio social y de diplomacia eclesiástica que continuarán Jacobo Sprenger y sus hermanos. Los alientos particularmente autorizados que Jacobo Sprenger recibe en el transcurso de un viaje a Roma en la primavera de 1478 se concretan en la bula Pastor aeterni, de Sixto IV (30 de mayo de 1478; Bullarium Sacri Ordinis Praedicatorum, t. 3, Roma, 1731, p. 567), a favor de la Cofradía de Colonia, la primera que obtiene el refrendo pontificio. Esta suprema aprobación no hace más que reforzar una propaganda que ya había alcanzado cotas de dimensiones muy amplias.

      Diez años después de la muerte de Alain de la Roche, y por iniciativa de fray Jacobo Sprenger, la difusión de las cofradías del Rosario aparecían en la Orden de Predicadores como un bien propio de la familia dominicana, en beneficio de cientos de miles de fieles. El centro de propaganda se desplazara de Colonia a Roma.

Las Cofradías del Rosario; patrimonio de la Orden de Predicadores

      La expansión de la devoción del Rosario en Italia condujo con bastante rapidez al monopolio y al desarrollo de sus estructuras institucionales. Así se forma un cierto derecho del Santísimo Rosario, que, a lo largo de los siglos, no cesará de enriquecerse, hasta el punto de dar lugar a la publicación, con el título Acta Sanctae Sedis… pro Societate Rosarii (Lyon, 1890-1891), que es un verdadero manual de derecho (t. 1), cuyos documentos justificativos (t.2) no son menos de 457, todos de la Santa Sede, desde Sixto IV a León XIII, además de cincuenta textos oficiales dominicanos.

      En 1481 se erige en Roma en la Iglesia de Santa María de Minerva la cofradía del Rosario, donde reside durante siglos la curia generalicia de la Orden de Predicadores.

      Las autorizaciones otorgadas por los maestros de la orden a diferentes frailes para la predicación del Rosario son un signo de la expansión de la devoción. El documento que Joaquín Turriani obtiene del Papa Alejandro VI, el 13 de junio de 1495, para las cofradías erigidas tanto en Colonia como «alibi in todo Ordine» (Bullarium Sacri Ordinis Praedícatorum, t. 4, p. 115), es el primer documento pontificio que menciona a Santo Domingo como predicador de esta cofradía: «huius confraternitatis rosarii praedicator eximius». La Orden de Predicadores comenzó así a considerar y a reconocer la Cofradía del Rosario como un elemento propio. Los documentos pontificios, las actas de los capítulos generales y provinciales, el arte, los libros, la predicación de los dominicos, las organizaciones, las misiones y toda la vida dominicana son el más claro testimonio de que el Rosario es parte integrante de su patrimonio espiritual.

      La relación directa de Santo Domingo con el Rosario y su cofradía se impone cada vez con más fuerza. Hasta finales del siglo XVI algunas bulas pontificias no lo toman en cuenta más que con cierta reserva: «ut pie cerditur». Será ya plenamente asumido por Gregorio XIII, en la bula del 1 de abril de 1573. En ella, instaura la fiesta litúrgica de Nuestra Señora la Virgen del Rosario, cambiando el título a la misma fiesta que, con el nombre de Nuestra Señora de la Victoria, había establecido San Pío V un año antes para agradecer a la. Virgen la victoria de Lepanto. En un principio se fijó para el primer domingo de octubre, día de la semana en que la flota cristiana derrotó a los turcos. Luego pasó al 7 de octubre, día del mes de la victoria, y sólo la orden dominicana, con rito propio, celebraba su fiesta el primer domingo, hasta que renunció a su rito, a raíz de la reforma litúrgica del Vaticano II.

Las cofradías existentes, o las que se fundaran, deberían contar con licencia del maestro general de la orden: «de ipsius (magistri) generalis licentia» (Julio III, 24 de agosto de 1551). Esta licencia se basaba en los documentos pontificios de Julio II (4 de mayo de 1504), Clemente VII (8 de mayo de 1534) y Pablo III, en 1534. Pío V será más explícito, reservando solamente al maestro de la orden el poder autorizar la fundación de una cofradía del Rosario en otras iglesias o capillas que no sean de la orden (17 de septiembre de 1569).

      Las numerosas concesiones de indulgencias hechas por Gregorio XIII permiten señalar los puntos de expansión de las cofradías en España, Portugal, incluso México, pero sobre todo en Italia, donde ya algunas de estas asociaciones tienen una fuerte personalidad jurídica. Ejerciendo la autoridad general que se le reconoce sobre todas las cofradías del Rosario, el maestro de la orden, Sixto Fabro, promulga, el 1 de octubre de 1585, para todas las cofradías, los estatutos que en aquella fecha ya estaban vigentes en la iglesia romana de Santa Maria sopra Minerva, cuya cofradía apoyaba su prestigio más en su localización en Roma, como sede de la curia generalicia de la orden, que en su antigüedad (1481).

La Victoria de Lepanto y del Rosario

Un siglo después de la fundación de la Cofradía de Colonia, la victoria de Lepanto abriría un nuevo campo no solamente al catálogo de ejemplos, sino también a las orientaciones oracionales de las Cofradías del Rosario.

El 7 de octubre de 1571, una coalición («Liga Santa») de fuerzas navales cristianas, al mando del príncipe español Juan de Austria, hijo natural de Carlos V, se enfrentan con la flota del imperio otomano en el Mediterráneo oriental y la destruyen casi por completo en el golfo de Lepanto. La emoción gozosa provocada en Occidente por esta victoria inesperada es inmediatamente amplificada por su resonancia religiosa. Este 7 de octubre era el primer domingo del mes, desde mucho tiempo atrás jornada privilegiada de recuerdo y de oración de las Cofradías del Rosario, marcada por una solemne procesión de intercesión. Los biógrafos de San Pío V, Papa dominico, narrarán más tarde cómo había presentido la victoria y espontáneamente dio gracias a Dios y a su Santa Madre ese mismo día, antes de haber tenido noticia alguna del final feliz de la batalla naval. No obstante, no fue el Papa el único en hablar de milagro.

La institución de una fiesta litúrgica del Rosario se inscribe en este ambiente de entusiasmo y fervor. Ya la costumbre de honrar con solemnidad a la Virgen del Rosario se había establecido en diferentes cofradías: en Venecia el 25 de marzo, en Sicilia el domingo in albis, en Cataluña el segundo domingo de mayo. Así cuando Pío V, a petición de Luis de Requesens, dignatario español que combatió en Lepanto, sanciona y concede privilegios e indulgencias a la Cofradía de Martorell, cerca de Barcelona (5 de marzo de 1572), precisa que la conmemoración de Nuestra Señora de la Victoria tendrá lugar de ahí en adelante el primer domingo de octubre, decisión que confirmará días después en consistorio, el 17 de marzo. Un motu proprio de Gregorio XIII (1 de abril de 1573) instituirá más formalmente la solemnidad de Nuestra Señora del Rosario, en esta misma fecha, en las iglesias que posean una Cofradía del Rosario. Concesión limitada, pero que poco a poco se irá extendiendo al conjunto de todas las iglesias de una región o de una diócesis, bien para conmemorar el centenario de Lepanto (1671), bien con ocasión de nuevas victorias frente al permanente peligro turco, como la liberación de Viena en 1683. En 1716, después del triunfo del príncipe Eugenio de Saboya en la batalla de Peterwaradin (5 de agosto) y el fracaso del sultán Agmet ante Confú (22 de agosto), Clemente XI hará de la solemnidad del Rosario una fiesta de la Iglesia universal (3 de octubre de 1716). En el actual calendario romano, Nuestra Señora la Virgen del Rosario aparece como memoria el día 7 de octubre.

 Las Indulgencias del Rosario

La concesión de indulgencias ha sido, desde el principio, un poderoso instrumento para el desarrollo de las Cofradías del Rosario, principal medio de difusión de esta devoción mariana. No es extraño que la orden dominicana se preocupara por mantener y enriquecer un catálogo de indulgencias a favor de lo que consideraba como un elemento de su patrimonio.

Antonio de Monroy, ofrecerá a la orden una colección de indulgencias, aprobada por Inocencio XI, el 31 de julio de 1679.

Luego se añadirán precisiones: para lucrar las indulgencias será imprescindible la meditación de los misterios de la salvación. No se ganan las indulgencias si se contenta uno con recitar sin meditar, o meditando sobre cualquier otra cosa, sino sobre los mysteria nostrae reparationis, recuerda un decreto de la Sagrada Congregación de las Indulgencias el 13 de agosto de 1726. Benedicto XIII atenuará este rigor para los menos formados (rudiores), sin abandonar el principio, el 26 de mayo de 1727.

Mientras, la Orden de Predicadores, desde la «archicofradía» del Rosario de la basílica de Santa María sopra Minerva de Roma, controlaba las múltiples cofradías que iban apareciendo en toda Europa, en América y en Filipinas, donde la provincia del Santísimo Rosario trabajó incansablemente por unir la evangelización de los nuevos pueblos al rezo del Rosario. El capítulo general de 1592 hizo público un protocolo para reafirmar el control y vigilancia de la orden sobre la difusión de las Cofradías del Rosario, cuyos estatutos debían ajustarse a los de la Minerva (cf. Monum. Ord. Praed. Hist. t. 10, pp. 328-29).

Predicación y difusión del Rosario

Según el protocolo del capítulo general de 1592, la predicación es lo que debe normalmente iniciar el proceso de establecimiento y animación de una cofradía. Tal es la importancia histórica del Rosario para la Orden de Predicadores. Los hijos de Santo Domingo están tan profundamente comprometidos en la difusión de la devoción y la promoción de la asociación, porque han encontrado en ella un campo y un instrumento privilegiados para llevar a cabo una obra popular de evangelización, según la misión original de la orden.

Las epidemias de peste que durante muchos meses asolaban Europa fueron la ocasión, primero en Bolonia en 1629, y luego en otras ciudades, de hacer manifestaciones públicas mediante el rezo del Rosario, al que se atribuían curaciones casi milagrosas. Cuando un peligro amenaza la ciudad y se hace necesario acudir al cielo, Ricci moviliza al pueblo hacia las plazas para cantar las Avemanas. Esta costumbre se continuará, incluso cuando las circunstancias no eran tan trágicas.

En la historia de la propagación del Rosario tiene un lugar destacado San Luis Maria Grignion de Montfort (1673-1716), fundador de la Sociedad de María, de las Hijas de la Sabiduría y de los Hermanos de San Gabriel. Hay que afirmar de entrada que fue un infatigable predicador de la devoción mariana, y , un incansable propagador del Rosario. Era ya sacerdote, sólo le quedaban seis años de vida en este mundo, y pidió ser admitido en la Tercera Orden Dominicana, para sentirse más plenamente identificado con el Rosario, la devoción predilecta de Maria. Como sacerdote y miembro de la orden, escribía en una carta al maestro general en 1712: «Permitid que el último de vuestros hijos os pida que le concedáis por escrito el permiso de predicar, dondequiera que le llamen, el Santísimo Rosario, y admitir a su cofradía a quienes lo soliciten…»

Obras de San Luis Maria son los libros: El secreto admirable del Santísimo Rosario y Métodos para rezar el Rosario. Y en las reglas y reglamentos para los institutos religiosos que fundó subraya la importancia capital del Rosario para progresar en el amor a Marta, imprescindible para alcanzar la perfección cristiana. Sin embargo, la mayor influencia ejercida por San Luis María, en pro de la devoción mariana, y del Rosario en concreto, la ejerció y sigue ejerciendo a través de sus dos obras capitales: Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen y El secreto de María. No tratan expresamente del Rosario, pero aconsejan decididamente su rezo como parte integrante de la verdadera devoción mariana.