Boletin 2011

El Beato Fray Diego José de Cádiz, un apóstol del Rosario en Jaén

E impulso que a finales del siglo XVIII y especialmente durante el pontificado del obispo Rubín de Ceballos (1780-1793), experimentó en Jaén la devoción al Santo Rosario, debió su arraigo popular a los trabajos misionales de un santo fraile capuchino, el beato Fray Diego José de Cádiz.

 

Este memorable religioso andaluz, que en vida se llamó José Francisco López-Caamaño y García Pérez, había nacido en Cádiz el 30 de marzo de 1743. Su vocación religiosa le llevó a los frailes menores de San Francisco, mas conocidos como PP. Capuchinos, profesando en su casa conventual de Sevilla el 31 de marzo de 1759 y adoptando en religión el nombre de Fray Diego-José de Cádiz.

 

Haciendo honor al carisma de su orden que consideró a los capuchinos la rama mas espiritual de los franciscanos ganándoles la afectiva consideración de “frailes del pueblo”, Fray Diego-José de Cádiz entregó su vida a recorrer los pueblos predicando unas fructíferas misiones. Aquella misiones, que intensificó a partir de 1771, le valieron el calificativo de “segundo San Pablo”. A través de su actividad apostólica, este santo varón difundió y expandió la devoción a la Divina Pastora, fomentó el Jubileo de las Cuarenta Horas, la práctica penitencial del Santo Via-Crucis y sobre todo el rezo público del Santo Rosario.

 

Tras recorrer España animando unas multitudinarias misiones, falleció de “vómito negro”  en Ronda el 24 de marzo de 1801. Su fama de santidad y la memoria que dejó por toda la nación hizo que León XIII le beatificara en 1894.

 

Fray Diego José de Cádiz dedicó parte de sus afanes apostólicos a Jaén, pues muchos de nuestros pueblos y ciudades reclamaron su presencia y se beneficiaron de sus populares misiones.

 

Alcalá la Real, Andujar, Arjona, Arjonilla, Baeza, La Carolina, Castillo de Locubín, Martos, Torredelcampo, Torredonjimeno, Úbeda …,  se beneficiaron de su paso y en todos sitios dejó cumplida memoria de su celo pastoral y apostólico. Conocemos con cierto detalle su actuación, pues Fray Diego tuvo la costumbre de mantener frecuente correspondencia con el P. Fray Francisco Javier González Cabrera (1712-1784), de los PP. Mínimos de San Francisco de Paula, que le dirigió espiritualmente desde 1775. Un buen número de esas cartas, (años de 1777 a 1784), así como las correspondientes respuestas, se conservaron afortunadamente y fueron publicadas con jugosos comentarios en 1902 por el P. Fray  Ambrosio de Valencina. Por ellas sabemos de sus andanzas en tierras giennenses y de los frutos recogidos en sus misiones populares.

 

Fray Diego estuvo en Jaén a fines de abril de 1780 y a partir del día 23 inició entre nosotros una de sus esperadas misiones que se prolongó hasta la mitad de mayo. Pese a que en Jaén los PP. Capuchinos tenían casa y convento al final del paseo de la Alameda, a Fray Diego se le dispuso sencillo hospedaje en una de las estancias de las galerías altas de la Catedral, una amplia sala ubicada en la torre sur, que hoy lleva su nombre, ya que así se facilitaba su tarea misional que tenía por centro la Catedral y la Plaza de Santa María.

 

Muchos fueron los logros de aquella santa misión y el Cabildo Catedral le agradeció sus afanes con el nombramiento de Canónigo Honorario y otorgándole el privilegio de venerar en privado la reliquia del Santo Rostro. Predicó y dirigió meditaciones al clero, consiguiendo que se estableciesen las conferencias morales con carácter quincenal para afianzar la espiritualidad de los consagrados a la vida religiosa…, enraizó la devoción a la Divina Pastora de las Almas…, consiguió componer muchas discordias y enojos entre personas distinguidas de la sociedad local e incluso algunas reconciliaciones ejemplares…, logró que el Ayuntamiento acordase la prohibición de teatros y comedias, dedicando la Casa de Comedias de la Plaza del Mercado a usos de utilidad benéfico-social…, estableció la devoción por el Jubileo Eucarístico de las Cuarenta Horas…, dirigió edificantes Via-Crucis…y animó a celebrar rosarios públicos, bien al amanecer como alegres rosarios de la aurora, o en la anochecida con el canto y rezo público del Santo Rosario.

 

Para ello dispuso unos rosarios públicos que se iniciaban en el popular Arco del Consuelo. La pequeña capillita del arco se adecentó y en ella se guardaba el estandarte y los faroles que habrían de escoltarle. Y cada día partía de allí el rosario público que finalizaba en la Plaza de Santa María ante el Palacio de Montemar, desde cuyo majestuoso y espectacular balcón, conocido popularmente como Balcón de Pilatos, elsanto misionero finalizaba el rosario con un elocuente sermón en que animaba a los fieles a rezar diariamente el Santo Rosario.

 

La consecuencia inmediata de esta práctica devocional fue la creación de la Cofradía del Rosario de Nuestra Señora del Consuelo, con sede en la capilla del arco, que se encargaría de perpetuar tan entrañable devoción mariana. Y la aparición de numerosas hermandades denominadas genéricamente “del Rosario” , aglutinadas en torno a imágenes de la Virgen que ya gozaban de especial devoción y culto en parroquias e iglesias conventuales: “Cofradía del Rosario de Nuestra Señora de la Aurora”, en San Bartolomé; “del Rosario de Nuestra Señora del Carmen·”, en el Convento de la Coronada; “del Rosario de Nuestra Señora de los Remedios”, en San Clemente; “del Rosario de Nuestra Señora del Buen Suceso”, en la parroquia de San Pedro; “del Rosario de Nuestra Señora de la Victoria”, en la parroquia de la Magdalena… La última en crearse sería la Cofradía del Rosario de Nuestra Señora de la Capilla, en 1817 que permanecería activa hasta 1926.

 

La semilla sembrada por Fray Diego José de Cádiz fructificaría en Jaén y hasta bien entrado el siglo XIX los rosarios públicos fueron practica común en nuestra religiosidad popular.

 

Y hoy, aunque maltrecha por el incivismo que todo lo corroe, todavía la recatada capilla del Arco del Consuelo, nos recuerda y actualiza los fervores marianos de aquel santo fraile capuchino que en 1780 animó a los giennenses a rezar con pública solemnidad el Santo Rosario.    

Manuel López Pérez

de la Academia Bibliográfico-Mariana