Boletin 2011

Santa María, la nueva mujer

La sociedad moderna se ocupa mucho sobre la mujer desde las más variadas vertientes, y el llamado “movimiento feminista” está de actualidad. Se propugna distintos paradigmas para exaltar a la mujer mediante el reconocimiento pleno de sus derechos en un trato social de igualdad con el hombre.

La Iglesia atribuye a la Virgen un título menos conocido de los seglares, como es “Santa María, la nueva mujer”. Ella, como obra maestra de Dios, representa lo más sublime de la creación y el modelo insuperable donde todas las mujeres pueden inspirarse sin temor a errar. En este breve artículo hacemos algunas reflexiones sobre los genuinos valores del verdadero feminismo.

Misas de la Virgen María

Es evidente que Nuestra Señora tuvo siempre un puesto singular y eminente en la Liturgia de la Iglesia. No podía ser de otro modo, dada la singularísima vinculación providencia de la bienaventurada Madre de Dios con la Obra redentora de Cristo. En estos últimos tiempos se ha valorado más y mejor esta presencia de la virgen en el culto litúrgico, sabiendo, como enseñó Pablo VI, que redunda siempre en gloria de Jesucristo al que Ella, por razón de su divina maternidad, está totalmente referida porque no cabe pensar en María Madres sin contemplarla siempre unida a su Hijo Jesús.

Como hermoso fruto de las reformas posconciliares ha surgido en la Iglesia la nueva colección de “Misas de la Bienaventurada Virgen María”, con un rico formulario de cuarenta y seis celebraciones. Este “Misal Marianao”, fue aprobado por el Papa Juan Pablo II, y promulgado por la Congregación para el Culto Divino el 15 de agosto de 1986, en orden a la celebración del Año Mariano Universal que tuvo lugar en 1988. Esta hermosa colección se viene a sumar a la gran riqueza mariológica de la liturgia renovada después del Concilio Vaticano II. Prueba indudable de esta floración exuberante fue la Exhortación Apostólica “Marialis Cultus” del Papa Pablo VI, promulgada en 1974, donde el Pontífice señala que la celebración litúrgica de la Madre está plenamente integrada en la celebración del Misterio del Hijo.

En la nueva colección se ha procurado armonizar, con perfecto equilibrio y precisión admirable, lo antiguo y lo nuevo procediéndose a una redacción más cuidada de las Misas en honor de la Virgen María. Se ha preferido seleccionar los formularios que se distinguían por su doctrina y por la importancia de sus textos eucológicos. Verificado el laborioso trabajo el Papa Juan Pablo II mandó publicar un magnífico compendio que puede considerarse como apéndice del Misal Romano. El formulario nº 26 lleva como título “Santa María, la nueva Mujer”, cuyo tema abordamos aquí.

Aberrantes feminismos

El título litúrgico que la Iglesia atribuye a María, considerándola “Nueva Mujer” es la mejor respuesta a tantos falso feminismos que pululan en nuestra desgarrada cultura contemporánea. Casi todos ellos desfiguran o desnaturalizan el recto concepto de mujer creada por Dios – como el varón – a imagen y semejanza suya. El Diccionario define el feminismo como “doctrina y movimiento social que defiende a la mujer y le reconocen capacidades y derechos antes sólo reservados a los hombres”. La definición nos parece correcta.

El movimiento feminista se desarrolló principalmente en el S.XIX. Esta reivindicación social se fue generalizando y fragmentando en diversos estereotipos bastante divergentes entre sí. Hoy proliferan múltiples feminismos que no sólo reivindican un trato igualitario con el varón sino que reclaman falsos derechos impuestos por ideologías radicales que prescinden o destruyen los verdaderos valores éticos, morales y religiosos. Su enfoque es puramente materialista y se niegan a una visión trascendente de la persona humana.

Estos feminismos, vacíos de sentido antropológico, lo exigen todo. Son excluyentes e impositivos y juegan con la más descarada ambigüedad mediante engañosas manipulaciones del lenguaje. Utilizan como portavoces de su aberrante ideología poderosos medios de comunicación que desean implantar un nuevo tipo de sociedad. Atacan sectariamente el genuino feminismo que siempre ha enseñado el recto orden moral y el magisterio de la Iglesia.

Nos limitamos a las enseñanzas del Vaticano II que en dos documentos – Constitución dogmática sobre la Iglesia y Decreto sobre el apostolado de los seglares – habla de la mujer con estos términos: “Allí donde todavía no lo ha logrado exige la igualdad de hecho y de derecho con el hombre”. Es lamentable que en el S.XXI no estén protegidos en todas partes sus derechos fundamentales como persona y se siga dejando a un lado la legítima promoción social de la mujer que tiene su parte activa en la vida y en la acción de la Iglesia como partícipe del triple oficio de Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey. La mujer ocupa un puesto esencial en la familia que es la escuela del más excelente y fecundo humanismo.

Son incontables los documentos en que la Iglesia ha defendido, con indeclinable firmeza, la dignidad de la mujer en todos los órdenes. Su doctrina constituye la mejor explicación del feminismo cristiano, de inspiración esencialmente distinta del que proclama hoy una sociedad degradada que se ha habituado a manejar absurdos contravalores mientras desprecia la dignidad trascendente de la vida humana que tiene su origen en Dios.

La Iglesia puede mostrar un modelo acabado de Mujer, espejo de todas las virtudes y síntesis de todos los carismas, invitando a todos a descubrir en María de Nazaret las genuinas cualidades femeninas que configuran su cautivadora imagen. En nuestro tiempo se ha difundido el modelo de la “complementariedad” según el cual cada uno de los sexos tiene notas propias y necesita del otro para llegar a su plenitud existencial y espiritual. Aunque hoy se habla mucho de una “paridad en relación”, para el creyente María será siempre ejemplar único de perfecta feminidad.

Título celebrado en la Liturgia

Desde el S.II, gracias a los escritos de San Justino de Roma (m.163) y San Irineo de Lyon (m.200) María es reconocida en la Iglesia como la nueva Eva o la nueva Mujer en Cristo, asociada a su obra redentora de un modo intensamente participativo. El siguiente texto del mártir S. Irineo resalta o subraya el trascendental papel de María en la Historia de la Salvación: “El nudo de la desobediencia de Eva fue deshecho por la obediencia de María. Lo que había atado la pecadora Eva por su incredulidad, lo desató la Virgen María por su fe”.

Los pasajes neotestamentarios sobre María coinciden en presentarla, sin duda, como la Mujer prometida en el protoevangelio que San Juan contempla llena de resplandor en el cilo, vestida de sol y coronada de doce estrellas. En el formulario sobre la Mujer Nueva, la Virgen es celebrada litúrgicamente desde variadas perspectivas con reveladoras expresiones de sello bíblico: Primacía de la nueva creación y de un pueblo nuevo, Discípula de la nueva Ley, Mujer a la que Dios concedió un corazón nuevo, y la Mujer que prepara el vino nuevo para la Iglesia, la Virgen fiel que se identificó plenamente con el sacrificio de la Nueva Alianza.

La colecta de la celebración resume la grandeza de maría como primicia de la “nueva creación”. Dice así: “Oh Dios que has constituido a la Virgen María, modelada por el Espíritu Santo en primicia de la nueva creación: concédenos abandonar nuestra antigua vida de pecado y abrazar la novedad del Evangelio cumpliendo el mandamiento nuevo de amor”. Todos los textos litúrgicos resaltan la idea directriz de la “novedad” tal como ha de ser entendida esta palabra en el léxico neotestamentario.  Para remediar el viejo pecado de nuestros primeros padres, Dios elige a una criatura “llena de gracia”, o de plenitud perfecta en el orden sobrenatural, para llevar a cabo la “Nueva y Eterna Alianza”.

Si nosotros como discípulos de Jesús podemos participar de esta dignidad como nuevas criaturas regeneradas por el bautismo se lo debemos al amor infinito del Padre que en María, como Madre y Socia del Redentor, nos ha liberado de las tinieblas, trasladándonos al Reino de su Hijo querido en quién tenemos la redención y la remisión de los pecados (Col. 1, 13-14). La teología paulina tiene como eje central la maravillosa “novedad” que nos confiere la gracia liberadora de Cristo en quién todos somos criaturas nuevas.

Vivir con María la novedad del Evangelio

Hermoso y confortador es el mensaje de la Misa de Santa María, la nueva Mujer. Los textos del formulario y las lecturas se centran en esta consigna: caminar siempre en novedad de vida. ¿Cómo conseguirlo? La Oración –Colecta nos da la clave: “abandonar nuestra antigua vida de pecado y abrazar la novedad del Evangelio”. Éste es el único camino para configurarnos cada día más con Cristo, hombre nuevo. Nuestra meta se dirige a una total cristificación. Tal es la gracia que suplicamos por intercesión de la Virgen María “vida, dulzura y esperanza nuestra”. Imitarla es imitar al Divino Maestro.

Vivir con María la maravillosa novedad del Evangelio es asirse a las manos de nuestra Señora sin intentar separarse de Ella. Hemos oído son frecuencia en qué consiste la consagración de la Virgen obrando siempre con Ella, en Ella, por Ella y para Ella, a fin de vivir consagrados a Jesucristo, como enseñaba San Luis María Grignion de Monfort y antes que él los apóstoles del Rosario dominicano que ha santificado y sigue santificando innumerables almas. La vida cristiana si es auténtica, es vida verdaderamente evangélica siempre nueva y siempre renovadora porque nos transmite las palabras de Jesús que son “espíritu y vida” (Jn 6.63). El hombre de hoy se aburre con todo y no encuentra su centro en nada. Siente hastío, vacío, decepción y desesperación ante cuanto le rodea. Experimenta lo que le ofrecen las tecnologías más avanzadas y el progreso científico pero cae a menudo en la frustración porque nada le satisface. Y es que solamente Jesucristo hace feliz al hombre por completo. Como repetía Juan Pablo II: “Cristo no quita nada a nadie, sino que lo da todo a todos”.

Vivir la novedad del Evangelio con María equivale a vivir con fidelidad nuestro espíritu bautismal. Cuando el Catecismo de la Iglesia describe los efectos del Santo Bautismo, indica entre otros, los siguientes: hace participar de la vida divina trinitaria y del sacerdocio de Cristo, otorgándonos las virtudes teologales y los dones del Espíritu Santo. El Divino Maestro confortó e instruyó de este modo a sus apóstoles: “He venido para que tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10,10) Esta exuberancia de gracia divina indica plenitud, llenumbre, ideal cumplido, que éste no será posible alcanzar sin la poderosa intercesión de Santa María. Ella nos ayudará con innegable eficacia a ser personas nueva, regeneradas por Cristo, y a desarrollar esta novedad en nuestra andadura terrena donde se nos exige, en todo momento, un valiente testimonio cristiano siendo lámpara iluminadora para tantos hermanos nuestros que caminan a nuestro lado y en nuestro ambiente sumidos en densa oscuridad.

 

Andrés Molina Prieto, Pbro.