La oración del Rosario
Ni en los textos del siglo XV, ni el Libro y ordenanzas de Douai (1475), ni el legado Malatesta (10 de mayo de 1476), ni las bulas Pastoris aeterni (30 de mayo de 1478) o Ae quae (17 de mayo de 1479) de Sixto IV, ni el capítulo general dominicano de 1484, aluden a la manera de recitar las Avemarías sino para fijar el número, centrándose todos estos documentos en las condiciones, alcance y comunicación de las indulgencias. Se daba por supuesto que a la oración vocal se añadía la meditación.
Sin embargo, en la segunda edición de los estatutos de la Cofradía de Colonia (Augsburgo, 1477) se proponen las 150 cláusulas para el final de las 150 Avemarías, que nos recuerda la costumbre de los cartujos. Y según los estatutos de la Cofradía de Colmar (1485), las cinco decenas del Avemaría honran sucesivamente a la Virgen María en cinco circunstancias de su vida: el anuncio del ángel, la visita a Isabel, el nacimiento de Jesús, el encuentro en medio de los doctores, la dormición y la asunción. Cada una de estas cinco decenas será seguida de un Padrenuestro para celebrar la Pasión de Cristo: la agonía, la flagelación, la coronación de espinas, la cruz a cuestas, la crucifixión. Repetir tres veces este Rosario, es el Salterio de Nuestra Señora. En esta disposición de Colmar se dejan entrever los tres aspectos ya clásicos en la repetición de lo que en Italia se llamará los misterios del Rosario. A excepción del cuarto y quinto misterio de gloria, la distribución está ya elaborada. Hay que mencionar las tres cincuentenas en el breve reportaje (el «Evagatorium») que el dominico Félix Fabri dedicó, a finales del siglo XV, a la Cofradía de Colonia. Pero fray Félix Frabri no se queda con las tres cincuentenas al uso, sino que reparte en cuatro decenas los temas de meditación, lo que le permite incluir los acontecimientos de la vida pública de Jesús: bautismo en el Jordán, tentaciones en el desierto, elección y vocación de los discípulos, enseñanzas y milagros, institución de la Eucaristía… (cf. Egatarium in Terrae Sanctae… peregrinationem. Ed. Hassler, t. 2, pp. 22-24; Dictionnaire d’Spiritualité, t. 5, col. 1115). Pero esto rompía la equiparación del «Salterio de María» con el «Salterio de David», por lo que apenas tuvo eco. ¡Tendría que esperar más de medio milenio para que la Iglesia, por medio de Juan Pablo II, diera ese paso decisivo y añadiera lo que el Papa polaco llamó «misterios luminosos» (en gran parte, coincidentes con los del dominico Fabri), además de los gozosos, dolorosos y gloriosos!
Los textos primitivos alemanes no hablan de «misterios». Pero en Italia, centro de difusión del Rosario, el término misteria encuentra en el vocabulario del Rosario, casi simultáneamente en los estatutos de la Cofradía de Venecia (1480) que enumera los quince misterios, repartiéndolos en gozosos, dolorosos y gloriosos y en los de la Cofradía de Florencia.
Cuando el dominico Guillermo Piati, obispo auxiliar de Toulouse, mediante una carta de indulgencias del 13 de mayo de 1545, recomienda a los fieles la recitación del Rosario (50 Avemarías), en lugar del Salterio de Nuestra Señora (150 Avemarías), justifica la primera cifra por analogía con la periodicidad de losjubileos del Antiguo Testamento, y la segunda con el Salterio de David. Y establece una correspondencia entre los cinco Padrenuestros del Rosario con las cinco llagas del Salvador; y los quince del Salterio,-con «con los principales tormentos que Dios sufrió durante su dolorosa pasión y muerte».
En el desarrollo del método de rezar el Rosario puede observarse, desde el siglo XV, una colaboración fructífera entre la teología, tan viva en los claustros dominicanos, la pastoral aplicada y la piedad. El resultado es una oración bíblica, tanto por la recitación de sus plegarias eminentemente evangélicas, como por los misterios que presenta para su meditación. Y, al mismo tiempo, una oración sencilla, al alcance de todos.
Es sumamente importante tener en cuenta el testimonio que nos ofrece el santo y sabio predicador Fray Luis de Granada, porque en él expresa la experiencia que, como dominico, vivía en su comunidad —desde Santa Cruz la Real de Granada hasta Santo Domingo de Lisboa— con el rezo del Rosario. Lo mismo que predicaban el y sus hermanos dominicos en la España del Siglo de Oro, ofreciendo en el Rosario una aplicación pastoral y espiritual de los misterios de la salvación a la vida cristiana. Como podrá comprobarse, el método del rezo del Rosario, que en el siglo XVI tenía la Orden de Predicadores, es el mismo que se rezaba hasta principios del siglo XXI: el mismo que Santa Maria Bernarda Soubirous rezó ante la Virgen en Lourdes en el siglo, y los Beatos Francisco y Jacinta, con su prima sor Lucía, recitaron ante la Virgen en Fátima en el siglo XX. El Rosario que María recomendó a la humanidad en Lourdes y Fátima fue ampliado a veinte misterios por Juan Pablo II el 16 de octubre de 2002.
Oración personal, oración comunitaria
Según las pautas marcadas por los cartujos y el dominico Alain de la Roche en el siglo XV, el Rosario es fundamentalmente un ejercicio que cada uno debe practicar particularmente: es una oración personal y privada.
Las imágenes recopiladas y las meditaciones que aporta la obra Rosario, de fray Alberto Castellano, tienen como destinatarios a personas que dedican tiempo a la oración personal, teniendo a la vista las imágenes y leyendo las reflexiones. El jesuita Gaspar Loarte ve también en el Rosario un medio para despertar la vida interior personal, en su obra Instruzzione e avvertimenti per meditare i misten i del Rosario, editada, también en el año :1573, en Roma y Venecia. La gran difusión de este libro en Italia; y luego sus traducciones al francés, portugués, alemán, incluso japonés (1607), son un dato fehaciente que avala la tesis de que la práctica del Rosario había llegado a ser ya bien común del pueblo cristiano.
Sin embargo, poco a poco fue cundiendo la costumbre de recitar comunitariamente el Rosario: comunidades dominicanas y otras comunidades religiosas, cofradías, santuarios marianos, parroquias, familias, grupos. No podemos olvidar que los primeros domingos de mes las Cofradías del Rosario se reunían para la celebración comunitaria del Rosario, -con procesión incluida, ya por el claustro dominicano, ya por la propia iglesia parroquial, e incluso por la calle. Las cofradías llegaron a organizar la recitación colectiva del Rosario como si fuera una celebración litúrgica. La base de esta recitación es la división en dos partes de cada una de las fórmulas de oración que se han de recitar, alternando entre oficiante y participantes, o entre dos coros, como para el canto de los salmos. Esta forma de orar seguramente aceleró la incorporación -pues ya existía- de la segunda parte del Avemaría, hacia el año 1483.
El Rosario, sin dejar de ser una oración privada que cualquiera puede rezar a solas, pasó a ser una oración dialogada.
Afortunadamente, el Rosario sale de los ámbitos dominicanos y es patrimonio de toda la Iglesia desde el siglo XVI, aunque su desarrollo y cierto control de las cofradías seguiría dependiendo de la autoridad suprema de la orden durante siglos.