Las Cofradías del Rosario en Jaén
Desde muy antiguo en el Real Monasterio de Santa Catalina Mártir, de los PP. Dominicos existió una devota y memorable Cofradía de Ntra. Sra. del Rosario que puede considerarse como la cofradía matriz de esta devoción mariana.
Cuando finalizaba el siglo XVII, el obispo D. Antonio de Brizuela y Salamanca (1693-1708), que era muy devoto del Santo Rosario, tuvo especial interés en promover e incentivar esta singular devoción, tan arraigada en la religiosidad popular y a tal efecto, generó varias iniciativas.
Reorganizó la Cofradía de Ntra. del Rosario, a la que dotó de nuevos estatutos en 1714, determinando para cortar viejos pleitos y rencillas, que esta hermandad era de venerable antigüedad y la única privilegiada por los Romanos Pontífices y que por tanto siempre le correspondería la presidencia entre las cofradías marianas que a su advocación propia añadieran la del Santísimo Rosario. Y con la colaboración del prior de los Dominicos, Fray Francisco del Pozo, animó a las cofradías marianas de la ciudad a vincularse al Santo Rosario y a incluir entre sus prácticas el rezo público del rosario, bien a las oraciones de la noche, o al amanecer, ofreciéndose a costear de su peculio los estandartes y faroles precisos para estos “rosarios públicos”.
Nació así, estas muchas cofradías, la practica de sacar en la amanecida o al atardecer el estandarte rodeado de grandes faroles y recorrer las calles de la feligresía rezando el rosario y entonando piadosas letrillas, acto que para la gente sencilla era de gran edificación.
Entre las cofradías que asumieron esta modalidad figuraron la Cofradía del Rosario de Ntra. Sra. de los Remedios, radicada en la Iglesia de San Clemente, que para ello adaptó sus estatutos de 1713; la del Rosario de Ntra. Sra. de la Aurora, sita en la Iglesia de San Bartolomé, cuyos estatutos se renovaron en 1718; la Cofradía del Rosario de Ntra. Sra. del Sagrario, cuyas sedes estuvo en la parroquia de Santiago y que al modificar sus estatutos en 1712 hizo constar que su antigüedad databa de 1680. Era esta una cofradía nobiliaria en la que figuraron familias tan linajudas en Jaén como los Macias, Salazar, Quesadas…. Muy popular fue la Cofradía del Rosario de Ntra. Sra. del Triunfo, existente en la parroquia de San Lorenzo desde 1654; la del Rosario de Ntra. Sra. de la Encarnación, de la parroquia de San Juan, cuyos primeros estatutos databan de 1590. De la parroquia de Santa Cruz salía el Rosario de Ntra. Sra. de la Cruz. Y en la parroquia de San Miguel se reorganizó en 1730 el Rosario de Ntra. Sra. del Socorro.
Todos estos rosarios públicos gozaron sucesivamente del favor del obispo Fray Benito Marín (1750-1769) y de Don Agustín Rubín de Ceballos (1780-1795) y se vieron impulsados por el incansable misionero capuchino Fray Diego José de Cádiz que en la misión que predico en Jaén en abril de 1780 fomentó tan saludable práctica devocional.
Eso trajo como consecuencia que aparecieran nuevas cofradías “del Rosario”, entre las que sobresalieron la del Rosario de Ntra. Sra. de la Victoria, en la parroquia de la Magdalena; la del Rosario de Ntra. Sra. del Buen Suceso, en la parroquia de San Pedro; la del Rosario de Ntra. Sra. del Carmen, hermandad infantil nacida en el Convento de la Coronada o el Rosario de Ntra. Sra. del Consuelo, cuya sede estaba en el popular “Arco del Consuelo”, próximo a la calle Maestra.
La última hermandad en adoptar esta modalidad estatutaria fue la del Rosario de Ntra. Sra. de la Capilla, cuyos estatutos se hicieron en 1817.
La crisis sobrevenida en el siglo XIX a causa del la Guerra de la Independencia, primero y la extinción de conventos y supresión de parroquias, después, motivó la desaparición de la mayoría de estas cofradías. Solo la del Rosario de Ntra. Sra. de la Capilla se mantuvo activa hasta 1926, dejando como legado el tradicional Rosario de San Bernabé.
La reorganización de la actual Cofradía del Rosario ha venido a recoger, afortunadamente, todo este legado de siglos que nuestros antepasados arraigaron por todos los barrios de la ciudad y que bien merece perpetuarse.
Manuel López Pérez
Director de la Academia Bibliográfico-Mariana