Fraternidades Laicales de Santo Domingo.725 años al servicio del Evangelio
La Orden de Predicadores fue fundada por Santo Domingo de Guzmán y Aza y confirmada como tal por el Papa Honorio III el 22 de diciembre de 1216. El carisma de esta Orden mendicante, desde sus albores guiada por el Espíritu Santo, es el de la predicación. No una predicación cualquiera o manoseada, sino la Predicación de la predicación; es decir, la que insta a la propia Iglesia a predicar según el estilo de los Apóstoles, imitar al propio Cristo, Jesús. Es una predicación sencilla, activa, creativa, pedagógica, graciosa… salvadora. Así, imitando a las primeras comunidades y consciente de la vastedad de la misión, la Orden queda constituida por hermanas contemplativas, frailes y seglares. Pero, ¿cuál ha sido y es el papel de los seglares en una Orden clerical?
De Orden Tercera a Fraternidad Laical
Desde que santo Domingo era sub-prior de la canonjía de la Catedral de Osma y sacristán de la misma mantuvo un contacto directo con los fieles cristianos que se acercaban necesitados de una celebración litúrgica santificadora y de una formación cristiana liberadora. De ahí que su predicación en el Mediodía francés, antes incluso de la constitución de la Orden, estuviese dirigida principalmente a los seglares. Domingo se rodeó de seglares a los que formó con su palabra y obra y que, posteriormente, le ayudaban en su misión de predicar la fe verdadera y salvar las almas. Algunos de estos seglares optarán por consagrarse a la vida religiosa y se instituirán las hermanas contemplativas o los frailes; en cambio otros optan por no perder su estado laical, pero concentrándose en torno a las Domus Predicationis (Casas de Predicación). De esta manera quedan constituidas las tres ramas de la Orden nacidas del tronco común, Domingo de Guzmán; sendas viven el mismo carisma de la predicación con las particularidades de su estado eclesial.
Las comunidades de seglares comenzarán primero a organizarse sin una estructura definida. Así estarán hasta 1285, cuando fray Munio de Zamora, séptimo Maestro de la Orden, propone una Regla para los seglares y de esta manera proporcionarles una estructura más sólida en su vinculación con la Orden. Es cuando se puede decir que nace institucionalmente la primitiva Orden Tercera de Predicadores o de Santo Domingo. Fray Munio de Zamora era consciente de la necesidad de mantener el espíritu de los seglares y constituirlos Orden como las monjas y los frailes. Su intervención fue capital, al punto de que la Regla se mantuvo vigente hasta 1923 en todos los lugares del mundo donde la Orden estaba presente.
En el transcurrir de los años y los siglos la intervención de los seglares en la vida de la Iglesia, de la Orden y de la sociedad ha sido notoriamente señalada. No han sido pocos los seglares dominicos que han comprometido su vida por la predicación. De ahí su participación en la expansión de la Orden y su posterior reforma, en la reforma y contrarreforma de la Iglesia, en la defensa de los derechos de las personas durante la Revolución, en la participación en el Concilio Vaticano II… Pero si hay que resaltar alguna figura clave, es sin duda santa Catalina de Siena. En el siglo XIV esta mujer fue capaz de interpelar a reyes y príncipes europeos e incluso a los papas del momento. Fue piedra de toque para muchos por conseguir de nuevo la unidad de la cristiandad dividida por los dos papados existentes y los partidarios de éstos.
Por la jerarquía eclesiástica la Orden Tercera no fue confirmada hasta 1405. Los recelos de la curia romana se fundaban en la experiencia que se había tenido por otros grupos de seglares que, pretendiendo ser fieles a la fe cristiana, resultaron ser focos de herejía y rebeldía. Sin embargo, desde el mismo momento de su confirmación la propia jerarquía la acogió y la impulsó, conscientes de que sería un buen modelo donde la sociedad pudiese buscar lo necesario para encontrar la estabilidad y el sosiego, la salvación de su alma. Se apoyaron sus trabajos como profesores en las universidades, como representantes de la sociedad civil, como misioneros e, incluso, como santos y mártires. Los seglares de la Orden Dominicana tardan doscientos años en ser reconocidos desde que comenzó su andadura con santo Domingo de Guzmán, pero una vez que obtienen el beneplácito pontificio se extienden por todos los ámbitos de la sociedad.
Durante los siguientes siglos, los dominicos seglares van aumentando su campo de predicación en comunión con sus hermanas contemplativas y sus hermanos los frailes. Llegando así al siglo XX y, con él, al Concilio Vaticano II. El Concilio buscó de una manera activa la revitalización de toda la Iglesia y con ella el lugar, la vida y compromiso de los fieles laicos. Muestra de ello es el siguiente texto: “El campo propio de su actividad evangelizadora (la de los fieles laicos), es el mundo vasto y complejo de la política, de lo social, de la economía, y también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación de masas, así como otras realidades abiertas a la evangelización como el amor, la familia, la educación de los niños y jóvenes, el trabajo profesional, el sufrimiento, etc.” (Evangelii Nuntiandi, nº 70, Pablo VI). Aquí se reconoce la importancia de la misión de los laicos cristianos y los lugares donde privilegiadamente han de trabajar en pro de la expansión del Reino de Dios. La respuesta de la Orden no se hace esperar mucho tiempo. Con motivo de las palabras del Papa Pablo VI, el Maestro de la Orden fray Aniceto Fernández, en el Capítulo de River Forest (1968), trata del laicado dominicano y se aprueba una nueva Regla de la Orden Seglar Dominicana que esté más en armonía con el Concilio.
Será mucho después cuando se celebren el Simposio de Bolonia (1983), donde se trató de manera amplia la “Familia Dominicana” y los Congresos Internacionales de los Laicos Dominicos en Montreal (1985) y en Buenos Aires (2007), que trabajaron sobre los Estatutos de los Seglares de la Orden de Predicadores y de su implantación y eficacia en todo el mundo. El 15 de noviembre de 2007, fiesta de san Alberto Magno, el Maestro de la Orden fray Carlos Azpiroz promulga las Declaraciones específicas a la Regla de los Seglares Dominicos obtenidas del Congreso de Buenos Aires, entrando en vigor el 8 de agosto 2008, solemnidad de Nuestro Padre Santo Domingo, siendo lo más destacable la posibilidad de poner a la cabeza de la Promotoría Provincial y Nacional de las Fraternidades a un laico dominico y cambiando el nombre de la Orden Tercera de Santo Domingo por el de Fraternidades Laicales de Santo Domingo.
Misión de las Fraternidades Laicales de Santo Domingo.
La misión de los laicos dominicos, como la de las monjas y los frailes, es la predicación del Reino de Dios para la salvación de las almas. Esta predicación, para que sea dominicana, ha de apoyarse sobre unos pilares muy específicos: la comunidad, el estudio, los consejos evangélicos y la oración y la celebración litúrgica. Son los mismos pilares en los que se apoya la predicación de los dominicos consagrados a la vida religiosa.
Desde el estado laical esos pilares se viven de manera peculiar. La comunidad puede ser regular y no regular. Las primeras es cuando un grupo de laicos dominicos deciden vivir todos bajo un mismo techo y con un mismo proyecto de vida en común; además de adoptar los consejos evangélicos al mismo nivel que los consagrados a la vida religiosa. La comunidad no regular, la más frecuente y abundante, es cuando cada uno vive en su casa con su familia y desempeñando su trabajo pero pertenece a una comunidad, una Fraternidad. Ésta se reúne periódicamente y trata temas de formación humana, social, cristiana y dominicana; la oración personal y comunitaria y la celebración de la Eucaristía; comparte la predicación de cada uno y de la Fraternidad; programa los trabajos que la Orden les encomienda a nivel local, provincial, autonómico, nacional e internacional; participa con otras entidades de la Familia Dominicana como asociaciones, instituciones, fundaciones, cofradías, ONG’s, centros educativos, promoción de los Derechos Humanos en las Comisiones de Naciones Unidas en Ginebra y Nueva York, misiones de América, África, Asia o donde se desarrollen; colabora con la misión de la diócesis donde está incardinada la Fraternidad… además de buscar momentos de comunión de todos los hermanos tanto en las reuniones de la Fraternidad como fuera.
El estudio es importante tanto por el mandato cristiano como por el mandato dominicano. La Palabra de Dios nos exhorta a estar siempre prontos para dar razones de nuestra esperanza (1 P. 3, 15) y en Santo Domingo vemos el ejemplo a seguir cuando dispersó a sus frailes a que estudiaran en las universidades. El estudio, por tanto, no es un afán por un título y si es de rango superior, mejor. El estudio dominicano es estar cada vez más preparado para poderse entregar más y mejor a los demás. Por ello que el campo de estudio se extienda desde las disciplinas más humanas e incluso aparentemente triviales hasta las más elevadas y nobles.
Los consejos evangélicos: pobreza, obediencia y castidad. Nuestro Padre Santo Domingo, imitando a Cristo y a los primeros Apóstoles, siguió una vida de pobreza. Una pobreza en la que se tenía lo necesario para vivir y para la misión; una pobreza en la que todo era de todos. De hecho, para no acumular cosas particulares, existía la costumbre en la Orden de que cada año se trasladasen los frailes de celda y no podían llevar consigo más de lo que pudiesen llevar con sus manos en un solo viaje. La obediencia era el respeto por la norma y el superior inmediato; sin embargo, Santo Domingo quería que la obediencia se viviese desde la libertad, es decir, cuanto más libre es la persona más capaz es de obligarse por sí misma. Por último, Nuestro Padre Domingo nos enseñó que la castidad hay que vivirla con amor. Es el tratar al otro y a uno mismo siempre como sujetos y no como objetos; es alabar la semilla que todas las personas llevamos en nuestra esencia como creaturas de Dios. Por tanto, la castidad es la capacidad de amar sin fronteras siempre y a todos.
La oración y la celebración litúrgica. Era tan fuerte la relación de Santo Domingo con Dios que no podía pasar ni un solo momento sin estar en contacto con Él. Durante el día era incansable profeta hablando de Dios a los demás; durante las noches se deshacía en lloros hablando con Dios de los demás. Nos dejó hasta nueve modos de orar ante Dios, dependiendo del tipo de oración que elevásemos ante Él; algo muy original para la época, donde la oración era totalmente hierática. Es en la oración personal y comunitaria donde los dominicos encuentran el alimento necesario para los demás pilares y la predicación. Es el encuentro con Dios Persona y Trinidad que llega a su máxima expresión en la celebración de la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección del Salvador.
La interrelación de los cuatro pilares es la que hace capaz a los dominicos la expresión del don del Espíritu Santo, la predicación. Si faltase uno, ya no sería predicación dominicana. Los pilares favorecen, nos impulsan al “contemplari et contemplata aliis tradere” (contemplad y dad lo contemplado) que tan fielmente supo expresar nuestro hermano santo Tomás de Aquino.
Fraternidad Laical Dominicana de Jaén.
En el año 1382 los Frailes Predicadores y el rey Juan I de Castilla fundan el Convento Universidad “Santa Catalina Mártir” (en la Calle de Santo Domingo). Nuestras hermanas contemplativas llegarían casi dos siglos después, en el año 1562, con la fundación del Monasterio de la Purísima Concepción (en la Calle Ancha), al que posteriormente se le uniría el Monasterio de Nuestra Señora de los Ángeles (en la Calle Martínez Molina). Conjuntamente con la llegada de los frailes predicadores a Jaén se puede fijar la presencia de los laicos dominicos en la capital del Santo Reino. Pronto surgió la comunidad seglar en torno al convento como una nueva y creciente comunidad, propagando el carisma predicador a sus casas, universidad, trabajos y sociedad en general. Así, de manera continuada durante siete siglos, los laicos dominicos no han dejado de llevar como lema las palabras de San Pablo: «Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. ¡Ay de mi si no predico el Evangelio!» (1 Cor. 9, 16). De toda la presencia que la Orden tenía desde el siglo XIV, permanece la comunidad de contemplativas del Monasterio de la Purísima Concepción que, tras su fusión con el monasterio de Ntra. Sra. de los Ángeles, se trasladó a la Calle Llana y la Fraternidad Laical, también con su sede en la Calle Llana.
La fraternidad de laicos dominicos de hoy somos herederos de una comunidad anterior de más de 120 hermanas y hermanos que nos legaron todo su saber y candor espiritual. Todo un testamento de Verdad y Gracia que nos ha llevado a revivir el espíritu predicador en la capital de Jaén, llevando luz y vida allí donde no la hay en pro de conseguir el seguimiento de Cristo según inspiró el Espíritu Santo a Nuestro Padre Santo Domingo de Guzmán.
Desde este ánimo de vivir en comunidad, oración, estudio y predicación nos reunimos cada quince días en el monasterio de nuestras hermanas contemplativas. Es el momento en el cual nos unimos formando un solo cuerpo en la diversidad y la pluralidad y desde el cual, animados por el Espíritu de Jesús, el Cristo resucitado, nos encarnamos plenamente en nuestra sociedad de hoy intentando, siempre dentro de nuestros dones, estudiar los acontecimientos sociales. Es un contemplar los signos de los tiempos sembrando un poco de alegría de vivir, luz de esperanza, ardor de amar. De esta manera, amparados siempre por Nuestra Señora y Madre la Virgen del Rosario, es como hoy estamos y vivimos el relevo de aquellos que nos precedieron hace 725 años y que se instruyeron directamente de la predicación de la Gracia de Nuestro Padre Santo Domingo.
La Virgen del Rosario y los Laicos Dominicos.
Nuestra Señora la Santísima Virgen María en su advocación del Santísimo Rosario es la Protectora de toda la Orden de Predicadores (frailes, monjas y laicos) y la Familia Dominicana (institutos religiosos, congregaciones, cofradías, asociaciones y grupos y movimientos dominicanos). Es anecdótico que la Virgen del Rosario no siempre ha sido conocida así. Primitivamente se comenzó llamando María de la Misericordia. Santo Domingo tuvo experiencia de la misericordia. Misericordia cuando se compadeció de los pobres de Palencia; misericordia de los cristianos confundidos del Mediodía francés; misericordia de la jerarquía eclesiástica que había descuidado su obligación de predicar; misericordia de enfermos y moribundos…; pero, sobre todo, tuvo experiencia de la Misericordia divina cuando en una visión pudo comprobar que toda su Orden se encontraba amparada bajo el manto de la Santísima Virgen. Posteriormente, durante el pontificado de san Pío V (dominico) se la llamó María de la Victoria. En esa época se estaba en combate con los turcos y el Papa pidió a toda la cristiandad que rezara el rosario para recibir de la Virgen la protección de los militares y la victoria de la batalla. Así se ve en un fresco de la celda del papa dominico en el Convento de Santa Sabina (Roma) donde se contempla cómo está el Papa rezando el rosario y de pronto se le aparece un ángel que despliega un lienzo de tela blanca y, así, el pontífice puede ver cómo las tropas cristianas vencen a las turcas mientras él no deja de rezar el rosario. Finalmente, para que no tuviese la Virgen el nombre de una victoria y una derrota, se optó por llamarla Rosario. De esta manera el instrumento de oración que ella misma nos entregó pasó a ser el nombre de la Madre de Dios, llegando inamovible hasta nuestros días.
El amor de los dominicos por su Madre la Virgen ha sido notorio y envidiado por todos los cristianos desde el origen. Incluso papas han envidiado este amor a María. Sin embargo, lejos de intentar ensombrecerlo, el pueblo siempre a demandado al dominico que le enseñe a amar a la Madre de Dios tal y como él la ama. Ésta es la herencia de Nuestro Padre Domingo. Una herencia no particular, sino universal. Por eso que también desde el origen de la Orden se le atribuya a ésta el rezo del rosario como un encargo hecho por la misma Santísima Virgen a Santo Domingo para que la cristiandad hable con María para que lleguen por Ella a Jesús, su Hijo.
El rezo del rosario ha sido desde siempre un acto de piedad, una oración santificante. En la Orden se cuenta la anécdota de que rezar el rosario es un ejercicio tan bueno de piedad que hasta la mismísima Virgen María lo rezaba y se lo enseñaba al niño Jesús. El Santísimo Rosario es un compendio teológico que los dominicos han usado en la predicación popular. La contemplación de cada uno de los misterios es un momento de búsqueda del encuentro místico con Cristo; pues hasta aquellos misterios que están dedicados sólo a la Virgen nos conducen a contemplar a Cristo, porque son dogmas asignados a María por su Maternidad Divina.
Los laicos dominicos siempre han practicado el rezo del rosario y lo han promovido. Sobre todo en los tiempos y lugares de persecución de los cristianos. Sirva como ejemplo la labor que hoy están realizando los laicos dominicos en los países orientales, desde el próximo al lejano oriente, o en otros lugares de los primeros mundos donde la persecución no es cruenta, mas sí dolorosa. También el rosario es un instrumento pedagógico de enseñanza de las verdades cristianas, como sucedió en la Europa del Medievo y, posteriormente, en el resto del mundo. Nos enseña los acontecimientos más importantes de la vida de Jesús y de María, su Madre; y los dogmas cristológicos, mariológicos y de la historia de la salvación.
Hoy el rosario no ha perdido ninguno de sus dones y no se puede encontrar a ningún dominico que no lo rece al menos una vez al día. Es un orgullo y un deber tener tan preciado regalo de la misma Virgen. Un orgullo porque es un instrumento divino y un hábito santificante; un deber porque no es exclusivamente para nosotros, sino para transmitirlo y brindar a la humanidad una vía de salvación.
De esta manera han vivido y vivimos los laicos dominicos después de 725 años. No es una rutina que se sigue por inercia. Es un modo de vida que se renueva con cada persona, en cada lugar, en cada tiempo. Los dominicos nos debemos a la predicación de la Palabra de Dios y Ésta no es algo arcaico, vetusto, obsoleto, anacrónico o deslucido. Muy al contrario. La Palabra de Dios es actual y actualizadora. Así es la predicación y la vida de los dominicos: encarnada en el hoy y en el ahora. Los laicos pertenecientes a la Orden de Predicadores seguimos bebiendo del agua de la Sabiduría, tan fresca como el primer día que nos la dio a beber Nuestro Padre Santo Domingo. Los laicos dominicos de hoy sabemos que el presente nos pertenece porque el pasado fue tenso y el futuro nos apasiona.
D. Juan Jesús Pérez Marcos, OP
Presidente de la Fraternidad Laical
de Santo Domingo de Jaén