Boletin 2007

El Avemaría, núcleo esencial del Rosario

            Mucho se ha escrito sobre el Avemaría desde todas las vertientes o punto de vista. Como plegaria mariana en sus dos componentes bíblico y eclesial, ha sido objeto de infinidad de estudios, sin que el tema se considere agotado. Y no puede serlo por dos motivos: porque en su primera parte es “Palabra de Dios” siempre inagotable en si misma; y porque las ciencias eclesiásticas –Exégesis, Teología, Espiritualidad- no han tocado fondo mediante una investigación exhaustiva sobre el Avemaría. Obviamente, en nuestro artículo sumario no intentamos aportar nada nuevo. Nuestro objetivo es divulgar las inefables riquezas que encierra en si la oración mariana por antonomasia, alma y columna vertebral del Rosario “plegaria que nos ha enseñado Maria como el Padrenuestro nos lo enseño Jesús” en expresión del místico contemporáneo P. Pío de Pietrelcina.

            1.- HISTORIA MILENARIA DE LA PRIMERA ORACION MARIANA

            Conocer algunos datos bíblicos (1ª Parte) e históricos (2ª Parte) contribuye eficazmente a una mayor estima del Avemaría, y a una mejor manera de rezarla. Ambas partes están claramente diferenciadas por su origen y contenido: una tiene clara impronta bíblica con palabras inspiradas del Nuevo Testamento; y otra surge por el desarrollo de la piedad de la Iglesia al verse introducida gradualmente en su culto. Explicamos con brevedad esquemática ambos elementos que integran la bellísima oración mariana cuyo autor directo e indirecto es el mismo Espíritu Santo.

            A.- Parte bíblica del Avemaría. Desde los albores de la Iglesia, los cristianos reconocieron, bajo el influyo iluminador de la fe, la excepcional importancia del saludo del Ángel que tan expresivamente recoge el Evangelio de San Lucas: “Dios te salve, llena eres de gracia, el Señor es contigo”. He aquí un maravilloso tríptico con tres escenas cautivadoras representadas en el saludo angélico.

        Tanto significaba para las primeras comunidades cristianas esta breve salutación dirigida a la Virgen, que recogieron y conservaron con sumo esmero todas las piezas encontradas en los alrededores de la Basílica de la Anunciación edificada sobre la primitiva Casa de nuestra Señora. Entre los diversos restos arqueológicos se encuentra un grafico con estas palabras en griego: “Jaire, Maria,” es decir, ¡Ave Maria!.

        Este antiquísimo “yesón” se debe ciertamente a un madrugador peregrino de los Santos Lugares, probablemente del siglo II, que dejo escrita su salutación en un muro de la Casita de la Virgen. Se trata del germen inicial de nuestra Plegaria Mariana, la cual requerirá todo un milenio –desde el siglo IV hasta el siglo XVI para alcanzar su total desarrollo y formulación actual. Tres fases se distinguen en este proceso integrador: 1ª) del Evangelio a la Liturgia, es decir del texto lucano al culto publico; 2ª) de la Liturgia a la piedad popular, o sea, de la celebración del saludo como oración publica de la Iglesia, a la devoción que los fieles fomentan gradualmente a nivel de individuos, familias y grupos eclesiales; 3ª) de la piedad popular, libre y espontánea a las prescripciones obligatorias impuestas por los sínodos episcopales.

        Un hecho relevante fue unir el saludo del Ángel con la alabanza de Isabel: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”. Esta vinculación muy temprana se describe ya en tiempos del Papa San Gregorio Magno (590-604), ya que en el Ofertorio del cuarto Domingo de Adviento aparece el enlace de ambos versículos lucanos: el saludo del Ángel en la Anunciación y las palabras gratulatorias de Isabel. A partir de este momento dicha antífona comienza a imponerse y a ser comentada tanto en las homilías de San Juan Damasceno (m. 749) como, siglos mas tarde, en los Escritos de San Bernardo de Claraval, entre otros muchos autores.

        La antífona unificadora de los dos saludos aparece en sellos, campanas, vasos, candelabros y muebles. Se convierte, además, en una sencilla jaculatoria repetida por los monjes ciento cincuenta veces como un nuevo Salterio Mariano. En 1226 los dominicos prescriben su rezo para los Hermanos Legos en lugar del Oficio Divino. Este es el itinerario que sigue la parte bíblica de la gran oración mariana. Es a la par un canto íntimo de saludo y un himno de alabanza, de amor y de gozo filial, así como de fe en el misterio central de la Encarnación. Representa también un reconocimiento de la dignidad de la Virgen. Elegida, Agradecida, Bendecida y Exaltada por Dios Padre en atención a su futura maternidad divina.

            B.- Parte eclesiástica del Avemaría. La aportación de la Iglesia comprende las siguientes palabras: “Sancta Maria, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”. ¿Cuándo y como surgió esta conmovedora suplica?. Es evidente que su origen tuvo lugar bastantes siglos después del Concilio de Efeso (a. 431). Los primeros datos históricos apuntan hacia los inicios del siglo XIV. La formula completa que ha llegado hasta nosotros fue fijada por el Papa dominico San Pío V, en 1568 con ocasión de la reforma del Oficio Divino. El Pontífice ordena la recitación silenciosa del Padrenuestro y del Avemaría, antes del rezo de las Horas Canónicas. Esta prescripción estuvo en vigor durante cuatro siglos, ya que en 1955 fue abolida por la nueva reforma de Pío XII. El Avemaría sigue hoy asociada al rezo del “Ángelus”, costumbre muy enraizada en la devoción popular desde el siglo XIII.

            Así como en Oriente, las liturgias griegas de Santiago y San Marcos se unieron para formar la incomparable oración de alabanza a Maria, formada por los dos saludos del arcángel y Santa Isabel, en Occidente la piedad del pueblo cristiano cristalizo en una suplica a la Virgen, realmente breve, precisa y admirable por su denso contenido. Si la única añadidura a la primera parte fue el nombre de “Jesús” a mediados del siglo XII inicia el capitulo 66 de su obra “Blanquerna” con las palabras “Santa Maria, ora pro nobis”. Hacia el 427, San Bernardino de Siena explico en su sermón el Avemaría y concluyo de este modo: “Santa Maria, Madre de Dios, ruega por nosotros”. En el año 1514, un Breviario de los Mercedarios nos da esta redacción: “Santa Maria, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de la muerte. Amen”. Esta formula viene repetida en el Breviario de los Camaldulenses en 1515, y por los Franciscanos en 1525. Entre esta fecha y el año 1568, se añadió la palabra “nuestra”: “Ahora y en la hora de nuestra muerte. Amen”.

            Como consecuencia de todo lo dicho cabe decir que la formación del Avemaría desde su primera fase en el siglo VI con San Gregorio Magno (590-604) hasta su configuración definitiva con San Pío V (1566-1572) exigió casi un milenio. Y este largo proceso de asemeja, en frase acertada de un autor a un regato o manantial que, poco a poco, al agregarse diversos afluentes, adquiere un caudal amazónico. Puede decirse en síntesis lo que un estudioso L. Boff, ha dejado escrito:

            “La estructura del Avemaría es sumamente ilustrativa de toda verdadera oración cristiana. El primer impulso hacia el cielo, en himno de alabanza, se canta la gesta de Dios realizada en Maria. Aunque la referencia sea mariana, el centro, sin embargo lo ocupa Dios, autor de las maravillas realizadas en quien es Bendita entre todas las mujeres. La segunda parte tiene en cuenta la tragedia humana del pecado y de la muerte. Pedimos socorro, conscientes de nuestra debilidad y nuestra incapacidad salvifica. Pero en todo esto no hay ninguna amargura o resentimiento. A la luz de la fe y de la experiencia asumimos nuestra situación decadente y nos entregamos confiadamente a la obra de la gracia. Dios que tan eficazmente actuó en Maria ¿Cómo no va a tener misericordia de sus hijos pecadores y condenados a muerte?. Por eso terminamos con resuelto y consolador “Amen”.

 2.- INMENSAS RIQUERAS ESPIRITUALES DEL AVEMARIA

            Todo cuanto se diga sobre los contenidos espirituales del Avemaría es poco, semejándose a un océano sin fondo y sin orilla. Exegetas, teólogos, místicos, predicadores, fundadores y santos de todas las épocas se han ocupado del Avemaría exponiendo sus insondables e inagotables valores espirituales. A manera de pequeño tríptico ofrecemos un modesto balbuceo de sus grandes valores. Constituyen una inacabable sinfonía coral.

            A.- Valor espiritual en el orden de la devoción. El Avemaría es al mismo tiempo práctica devocional y base granítica de la misma. Quien la reza devotamente comprobará por si mismo los firmes cimientos en que se apoya su devoción mariana.

            Contemplará en Maria a la “Llena de gracia”, la “Bendecida por antonomasia” y la “Theotokos Intercesora”. La Iglesia corresponde “con afecto de piedad filial a los desvelos materiales de María”. Sobre Ella han recaído en maravillosa cascada todas las bendiciones del Señor. La Iglesia ha profundizado en el discurso de los tiempos, en el sentido del doble saludo de Gabriel e Isabel. Cada palabra de ambos saludos resulta significativamente reveladora. En ellas el “Misterio de María” se hace mas luminoso, mas admirablemente armónico.

            Por lo que toca a las funciones intercesoras de María como “omnipotencia suplicante”, tanteen la alabanza como en la suplica –los dos grandes ejes de Avemaría- experimentamos las funciones mediadoras de María, la Benditisima (eulogemene) y Creyente (pysteisasa). Resumiendo todo lo dicho, queda patente que la devoción mariana halla su más firme fundamento en el Avemaría. Se entiende la unción extraordinaria con que solían rezarle los Santos y grandes servidores de la Virgen.

            B.- El Avemaría, objeto de contemplación. La primera plegaria mariana de alabanza nos ofrece una nueva dimensión de alto valor contemplativo A partir del Concilio Vaticano II e impulsado por su doctrina mariologica han surgido nuevas pautas o claves de valoración de la devoción mariana como serian, entre otras, la vuelta al Evangelio, la cercanía de Maria al hombre de hoy, las actitudes de la Virgen en su unión con Cristo, su condición de miembro singularisimo de la Iglesia y su fidelidad al Espíritu. Hemos de buscar su verdadero retrato en el Evangelio, descubriendo y valorando estos relevantes datos:

            Ella es la Mujer abierta a Dios, la Creyente que escucha la palabra, la Maestra de la Comunidad Orante, la Socia y Compañera de Jesús en su Pasión, la experta en el dolor, fidelísima a su vocación, la Sierva entregada a la voluntad del Señor. Nos quejamos a veces de que en el Nuevo Testamento se encuentran pocos textos que se refieran a María. Un eminente biblista responde así a esta objeción: “Son pocos los textos marianos neotestamentarios, ciertamente. Pero cuanto más se leen, se estudian y meditan estos textos, más se comprende su valor fundamental. Lo que realmente importa es la profundidad y riqueza que en ellos se contienen.
            A través de su lectura analítica y contemplativa se hace cada vez más claro que María se halla presente y desempeña un papel capital en los momentos decisivos del acontecimiento salvifico. Será necesario pues, situar los textos sobre María en el conjunto de la obra de la salvación para descubrir su lugar en el misterio total de Cristo”.

            María es la Madre Mística de todos los miembros de la Iglesia porque es la Madre de Cristo total: de la Cabeza y de los miembros, aunque de modo diverso: físicamente de la Cabeza, y espiritualmente o místicamente, de los miembros. Si a María corresponde una maternidad mística, a nosotros por igual motivo debe atribuírsenos una filiación mística. Obtendremos la consoladora experiencia de ser “hijos místicos de la Virgen” contemplando la sorprendente hondura y hermosura del Avemaría.

            C.- El Avemaría nos sitúa en el eje central de nuestra fe. Este eje y núcleo central es evidentemente el misterio de la Encarnación realizado en María. Al rezar la primera plegaria mariana recordamos y actualizamos en nosotros el misterio de nuestra fe cristiana creyendo que la Virgen estuvo presente en el comienzo de la Redención.

            Las palabras del Avemaría –glosa con acierto un autor moderno- son precisamente aquellas que nos recuerdan la Encarnación del Hijo de Dios en María, y a Jesús como verdadero centro del cosmos y de la historia. Con la palabra del Avemaría nos situamos en el eje central de nuestra fe. Nos introducimos en el ambiente de la Encarnación, meditamos en este Misterio. Al rezar el Rosario –se ha escrito- consideramos la encarnación como fuente de todo bien, y procuramos sumergirnos conscientemente en este misterio salvador. Debemos regar con esta salvadora agua nuestros problemas e inquietudes.

            Con el rezo del Avemaría dejamos que la alegría mesiánica de la Virgen inunde nuestras penas y pruebas, sacando de ellas la luz-fuerza para las vicisitudes de nuestra vida cotidiana. El rezo meditación y contemplación del Avemaría nos persuadirá cada día más de que la Virgen nos escucha y está presente en nuestros quehaceres diarios. La Virgen vela maternalmente por nosotros prodigándonos de manera misteriosa, pero real, sus “celestiales visitaciones”.

            D.- El Avemaría en un rico texto montfortiano. El Fundador de los Misioneros de la Compañía de María, Luís Maria Grignion de Montfort (1673-1716), infatigable apóstol y enamorado devoto de la Virgen nos dejó entre sus muchos escritos una obra maestra: Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen María (1711-1712), que ha influido profundamente en la formación espiritual de muchos santos y grandes personalidades eclesiales, entre ellas Juan Pablo II quien nunca oculto su predilección por San Luís María afirmando de él: “El autor es un teólogo de clase”. Su pensamiento mariano encuentra sus profundas raíces en el Misterio Trinitario y en la verdad de la Encarnación del Hijo de Dios. Citamos dos párrafos verdaderamente áureos de su magna obra sobre la devoción mariana. He aquí su tenor:
            “Almas predestinadas, esclavas de Jesús y de María: sabed que el Avemaría es la más bellas de todas las oraciones después del Padrenuestro. Es el mejor parabién que podéis dar a María, porque es el saludo que el Altísimo le hizo por medio de un arcángel para ganar su corazón. Y fue tan poderosa en Ella por los secretos encantos de que está llena, que María prestó su consentimiento a la Encarnación del Verbo, a pesar de su profunda humildad. Por esta salutación ganareis, infaliblemente su corazón si le decís como es menester”.
            El Avemaría bien dicha, esto es con atención, devoción y modestia, es según los santos, el enemigo del demonio, y el que le pone en huida, y el martillo que le aplasta. Es la santificación del alma, el gozo de los Ángeles, la melodía de los predestinados, el cántico del Nuevo Testamento, el placer de María y la gloria de la Santísima Trinidad. El Avemaría es un roció celestial que fecundiza el alma, es un ósculo casto y amoroso que se da a María, es una rosa encarnada que se le presenta, es una perla preciosa que se le ofrece, es una copa de ambrosía y de néctar divino que se le da. Todas estas comparaciones están tomadas de los Santos Doctores”.

            Difícilmente puede expresarse mejor el rico acervo de tesoros espirituales encargados en la plegaria bíblico-eclesiástica del Avemaría. San Luís María la rezó, meditó, contempló y saboreó mostrando sus grandes valores. ¡Ojala acertemos a imitar su ejemplo para vivir con plenitud nuestra entrega efectiva y servicio filial a nuestra celestial Señora!.

3.- EL ROSARIO Y LA ORDEN DE SANTO DOMINGO

            Siendo el Avemaría núcleo esencial del Rosario y constando históricamente que el primer germen de esta privilegiada practica mariana surgió en los mismos comienzos de la Orden Dominica, queremos resaltar este hecho cuando nos encontramos en el octavo centenario de su fundación el año 1208. A iniciativa del Obispo de Osma, Martín de Bazán, Domingo de Guzmán comenzó en 1207, una intensa predicación a fondo ganando para la Causa católica, frente a los herejes del Languedoc, las tierras de Montpellier, Beziers, Carcasota y Toulouse.

            La conversión de un grupo de mujeres cátaras dio ocasión para fundar el primer monasterio femenino en torno a la pequeña iglesia de nuestra Señora de Prulla. Domingo fue alma y primer superior de esta fundación y desde Prulla irradio su gigantesca obra de predicción evangélica. Animo a las primeras monjas dominicas a rezar continuamente el Avemaría en su parte bíblica, la única conocida en su época.

            Posteriormente los dominicos trabajaran denodadamente para estructurar y completar el Rosario con la notable colaboración de los cartujos Enrique de Kalkar (1328-1408), y Domingo de Prusia entre los años 1410 y 1439. El benemérito dominico Alano de Rupe (1428-1475) incorporó definidamente la contemplación viva de los misterios el rezo del Avemaría proponiendo que las tres partes del Rosario con sus cincuenta avemarías en cada parte, divididas en cinco misterios, se centraran en la meditación de la Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, así como en la Asunción y Realeza de María.

            En 1488 el también dominico Francisco Doménech ofrece su preciosa xilografía “Virgen del Rosario con los quince misterios”, la más antigua representación del Rosario que se conoce hasta ahora. Y como ya quedó dicho, corresponderá al Papa dominio San Pío V poner el sello definitivo a la perfecta configuración del Rosario, mediante la Bula “Conseuverunt Romani Pontífices” el 17 de septiembre de 1569.

            Dedicamos estas humildes páginas a la Orden de Santo Domingo en el octavo centenario de su Fundación. El preclaro Patriarca Domingo de Guzmán al fundar su Orden de Predicadores llevó a cabo una de las más grandes aportaciones del catolicismo español a la Iglesia Universal. Si la dulce y entrañable cadencia del Avemaría resuena hoy en Guadalupe de Méjico y en Zaragoza, en Lourdes y en Fátima, así como en innumerables monasterios y en todas las iglesias de la Cristiandad, como una inacabable sinfonía de alabanzas y de súplicas a la Virgen, nuestra Señora, ello se debe, en gran parte, al genio apostólico y ardiente piedad mariana de Domingo de Guzmán, una de las figuras mas eximias que Dios se dignó regalar a su Iglesia.

         Andrés Molina Prieto, Presbítero