Boletin 2005

El Rosario. Oración privilegiada

En la Carta Apostólica sobre el Santo Rosario promulgada por Juan Pablo II, de santa memoria, el 16 de octubre del año 2002, el Papa nos confía un dato autobiográfico de relevancia espiritual: “Esta oración ha tenido un puesto importante en mi vida desde mis años jóvenes. El Rosario me ha acompañado en los momentos de alegría y en los de tribulación. A él he confiado tantas preocupaciones y en él he encontrado siempre consuelo (…). El Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa en su sencillez y en su profundidad!

            Los católicos en general no hemos sabido valorar como merece la práctica del Rosario Mariano. Y son legión innumerable los que terminaron por abandonarlo al no saborear la dulcedumbre de sus misterios que concentran en sí la profundidad de todo el mensaje del Evangelio. Con el Rosario “el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor”.

            En este sencillo artículo deseo presentar los tesoros espirituales de una universal práctica de devoción mariana tan vivamente recomendada por los últimos Pontífices. Ofrezco una sencilla glosa de cada ciclo cuyo compendio refleja su respectivo poema. Séame permitido exhortar a todos los lectores de la Revista “Rosario”, y, por supuesto, a los miembros de la Cofradía homónima a que se estimulen en su rezo atento, fervoroso y perseverante. Estoy íntimamente convencido de que pronto será para todos ellos su oración predilecta.

I.                   RIQUEZA AVANGÉLICA DE UNA GRAN PLEGARIA MARIANA

El Papa Wojtyla no pretendió –como se ha dicho erróneamente una reforma del Rosario sino su enriquecimiento. Sobre los quince diamantes de la Corona de la Virgen colocó cinco nuevos zafiros. Así resulta, sin duda, más refulgente. Algunos católicos no ha entendido bien esta “oportuna incorporación” que es complementaria y enriquecedora. El mismo Pontífice lo expone con claridad meridiana: “ Para que pueda decirse que el Rosario es más plenamente “compendio del Evangelio”. Es conveniente que, tras haber recordado la encarnación y la vida oculta de Cristo (misterios de gozo), y antes de considerar los sufrimientos de la pasión (misterios de dolor), y el triunfo de la resurrección (misterios de gloria), la meditación se centra también en algunos momentos particularmente significativos de la vida pública (misterios de luz). Esta incorporación de nuevos misterios, sin prejuzgar ningún aspecto esencial de la estructura esencial de esta oración, se orienta a hacerla vivir con renovado interés en la espiritualidad cristiana, como verdadera introducción a la profundidad del Corazón de Cristo, abismo de gozo y de luz, de dolor y de gloria”.

      El Rosario es una oración excepcionalmente eficaz para conocer mejor a Jesucristo. En él meditamos los misterios de su vida, que iluminan a su vez los misterios que configuran la existencia del hombre. El Rosario es a la vez meditación y súplica, contemplación y examen de conciencia, reparación y desagravio, adoración y apostolado. Quien reza piadosamente el Santo Rosario entra en una operativa y transformante dinámica de amor. Sobre todo es preciso insistir en su innegable índole evangélica avalada por tres poderosos motivos según las enseñanzas de Pablo VI: 1º) Saca del Evangelio el enunciado de los misterios y las fórmulas principales; 2º) se inspira en el Evangelio para sugerir, partiendo del gozoso saludo del Ángel y del religioso consentimiento de la Virgen, la actitud con que debe ser recitado; 3º) en la sucesión armoniosa de las Avemarías continúa proponiendo un misterio fundamental del Evangelio –la Encarnación del Verbo- en el momento decisivo de la Anunciación hecha a María. Oración evangélica, por tanto, el Rosario, como hoy día, quizá más que en el pasado, gustan definirlo los pastores y los estudiosos” (Marialis cultus,44).

      No debe olvidarse jamás que el elemento contemplativo es esencial al rezo fructuoso del Rosario. Plegaria cristocéntrica y mariana en perfecta simbiosis y total armonía: “Por su naturaleza –expone el Papa Montini- el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso que favorezca en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del Corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su insondable riqueza” (Marialis cultus, 47). He aquí una sabia divisa que nos sitúa en el verdadero centro contemplativo de la devoción rosariana.

II.                LOS CUATRO CICLOS RECORRIDOS CON MARÍA

A.    MISTERIOS GOZOSOS: “Os anuncio una gran alegría” (Lc 2,10).

Es el gozo de la Encarnación, de la Natividad, de la vida de infancia en Nazaret donde Cristo pasó la mayor parte de su vida desde el regreso del exilio en Egipto hasta el comienzo de su predicación. Es el gozo de la Presentación en el Templo de Jerusalén y de su rescate. Es el gozo de las profecías mesiánicas cumplidas. Es el gozo de los que creen y de los que esperan, de los que tienen sed y se ven saciados: “El que tenga sed, que venga a Mí. El que cree en Mí, que beba” (Jn 7,37-38). He venido para que (todos) tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10,10).

                                    En la más humilde y pobre estancia

                                    resuena la angélica embajada.

                                    Y María, la Esclava enamorada

                                    pronuncia un firme “Sí”, cielo en fragancia.

                                    Simpar fidelidad, fina elegancia.

                                    Del Señor Bendita y Agraciada.

                                    Es por antonomasia, Sierva Amada

                                    Imagen de la fiel perseverancia.

                                    Misterios rutilantes del Rosario,

                                    secretos de la fe, nazaretanos,

                                    surgidos en la noche betlemita.

                                    Ciclo primero de nuestro itinerario

                                    pasando las cuentas entre las manos

                                    sabiendo de la Virgen nos visita.

B.     MISTERIOS LUMINOSOS: “Yo soy la luz del mundo” (Jn8,12).

Dios Padre, compadecido de la humanidad que yacía sumida entre sombras de muerte, no ha enviado a su Hijo para que nos ilumine. Nos rescató del poder de las tinieblas y nos trasladó al reino de su hijo querido en quien tenemos la liberación y el poder de los pecados” (Col 1,13-14). Misterios de luz para cada paso de nuestro camino y para cada circunstancia de nuestra andaluza terrena.

            Quien posee a Cristo tiene la luz de la vida y posee sin error el sentido de su existencia en este mundo. Porque el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado (Cf. Const. Gaudium et Spes,22). Misterios luminosos, faro indefectible de nuestra ruta. Cada uno de los nuevos misterios de luz introducidos por Juan Pablo II es como una ráfaga celestial, un fragmento de la Nueva Noticia, una invitación a la conversión. El Jordán, Caná, los pueblos y aldeas de Palestina, el Tabor y el Cenáculo, son como semáforos orientadores de nuestra vida cristiana.

                                    Cristo-Luz y Verdad, Cristo Camino,

                                    pasó por este mundo iluminando,

                                    y nadie supo nunca cómo y cuándo

                                    multiplicó su amor, Dios Peregrino.

                                    Junto al Río Jordán, fue revelando

                                    su Persona y Mensaje. Iba plasmando

                                    la llamada del Reino, luz de Amor Trino.

                                    Cascada luminosa de verdades,

                                    sendero florecido entre luz pura:

                                    Si el Tabor fue cenit de claridades

                                    el Cenáculo marcó mayor altura

                                    al quedarse Cristo entre cendales

                                    con un amor que vive y que perdura.

C.    MISTERIOS DOLOROSOS: “Se humilló haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz” (Flp 2,8).

Los cuatro evangelistas dan visible relieve a los misterios dolorosos que protagoniza nuestro divino Salvador. Enseñó Juan Pablo II en su citada Carta que cada uno de los momentos de la Pasión constituyen la cumbre de la revelación del amor y la fuente de la salvación. El Rosario tan sólo escoge algunos momentos de la Pasión, invitando al orante contemplativo a fijar en ellos la mirada de su corazón y a revivirlos. El himno paulino de Filipenses 2,6-11, describe en vivísimas pinceladas el itinerario del Verbo Encarnado, acentuándose en el tercer ciclo el drama redentor de Cristo. Las Cartas del Apóstol tienen una idea directriz que es el misterio pasionista por el cual hemos sido salvados y regenerados.

            Por esos Pablo se ufanaba tanto de su único título de honor: “Dios me libre de gloriarme, si no es de la cruz de nuestro Señor Jesucristo por el cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo (Gál 10,14).

                                    Varón de dolores, lo llamó Isaías

                                    al verle en profecía con faz leprosa

                                    recorriendo la Vía Dolorosa

                                    víctima de infinitas villanías.

                                    Injurias sumas, nefandas griterías.

                                    Cada gota de sangre es una rosa

                                    que en amor florece y amor rebosa

                                    para hacernos superar las cobardías.

                                    Misterios de dolor en la corriente

                                    de aguas turbulentas, sibilinas,

                                    remando contra un mar de traiciones.

                                    Misterios de dolor, ritmo silente

                                    entre lágrimas de pruebas con espinas:

                                    cincuenta, avemarías, cincuenta dones.

            D MISTERIOS GLORIOSOS: “Cristo es el Señor de la gloria (…). Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todos nombre” (1 Cor 2,8; Flp 2,8).

En la Carta Apostólica sobre el Nuevo Milenio el Papa enseñó que la contemplación del rostro de Cristo no puede reducirse a una imagen de Crucificado ya que Él es el Resucitado. Por eso el creyente aunque medita la Pasión, clava su amorosa mirada en la Resurrección, Ascensión, y Exaltación de Cristo a la derecha del Padre.

            Los misterios gloriosos alimentan así en todos los creyentes la esperanza de la meta escatológica hacia la cual se dirigen como gozosos peregrinos. Mirando a Cristo Resucitado y a través de los cinco misterios de gloria, el cristiano como discípulo fiel puede repetir con san Pablo: “He combatido en buen combate. He llegado hasta la meta. He guardado la fe. Sólo me queda recibir la corona merecida que en el último día me dará el Señor, justo Juez” (2 Tim 4,7-8).

                                    Blanca resurrección que se adelanta.

                                    Cristo vive porque es la misma Vida.

                                    Su promesa, al fin, se ve cumplida:

                                    El cosmos su triunfo goza y canta.

                                    Asciende hacia el cielo. Se levanta,

                                    después de anunciar su despedida.

                                    ¡Qué grande es la victoria conseguida!

                                    Resurrección de Cristo, ¡Gloria santa!

                                    Son misterios de paz mirando al cielo,

                                    son la clave de gloria anticipada,

                                    son cosecha y premio de dolores.

                                    La gloria que esperamos es nuestro anhelo.

                                    ¡Dichosa eternidad, por siempre amada,

                                    Felices ya con Dios, y sin temores.

            Concluimos nuestras sencillas reflexiones sobre los tesoros espirituales del Rosario mariano como oración que debe sernos entrañablemente predilecta. Es la oración de los hijos a su Bendita Madre y en brazos de nuestra Madre, queriendo alabar a Dios nuestro Padre. Es un dulce coloquio con nuestra Señora. Hay que rezarlo, por tanto con la sencillez y la humildad de los niños, ya que es una gran escuela de humildad evangélica.

            Su estructura actual de veinte misterios que abrazan los cuatro ciclos de gozo, luz, dolor, y gloria ha sido un enorme enriquecimiento. Por eso suscribimos las palabras de un eminente liturgista y mariólogo: “El Rosario tiene una historia multisecular. Ha llegado la hora de su madurez en un momento en que la Iglesia se siente llamada con mayor urgencia a la contemplación y a vivir desde dentro su vocación mariana. La espiritualidad de la Iglesia es esencialmente una espiritualidad mariana, en el sentido de un vivir, con María y como María, el misterio del Cristo, acogiéndolo y donándolo desde la más pura libertad, interioridad y compromiso”.

                                                                        ANDRÉS MOLINA PRIETO, Pbro.

                                                                        De la Sociedad Mariológica Española