Misterios del Rosario. “Imitar lo que contienen y conseguir lo que prometen”
Afortunadamente, gracias a ejemplo y magisterio insistente del Papa Juan Pablo II, la práctica mariana del Santo Rosario se ha visto poderosamente vigorizada en grandes sectores de la Iglesia. La Carta Apostólica “El Rosario de la Virgen María”, promulgada el 16 de octubre del año 2002, ha tenido una repercusión definitiva. En el presente artículo valoramos esta áurea devoción como “Evangelio resumido” y comentamos la petición litúrgica de la “Colecta” de la fiesta dominicana en honor de la Virgen del Rosario tal como nos la ha transmitido el Misal Romano (cf. Edición de 1960).
Deseamos que todos los lectores de nuestro Boletín compartan con nosotros estas sencillas reflexiones y las convirtamos en savia enriquecedora de nuestra piedad para con la Virgen María, nuestra amada Madre, Reina y Patrona. ¡Cómo premiará con largueza nuestro filial saludo cincuenta veces repetido en otras tantas Avemarías que constituyen el más dulce vínculo con su Corazón Inmaculado!
I. EVANGELIO RESUMIDO Y VIVIDO
Los misterios del Rosario Mariano son veinte fotogramas o secuencias de todo el Evangelio. El Rosario tuvo su primer germen en las mismas raíces históricas de la Orden Dominicana. ¿Cuándo ocurrió la revelación del Santísimo Rosario al gran Patriarca Domingo de Guzmán? El Santo no fue nunca explícito pero la tradición unánime le ha hecho Fundador. El Pontífice Benedicto dejó escrito: “Domingo de Guzmán mandó a sus hijos que al predicar a los pueblos la Palabra de Dios se dedicasen constantemente y con todo empeño a inculcar en los ánimos de los oyentes esta forma de orar cuya utilidad práctica tenía el harto experimentada.”
No vamos a repetir datos históricos mil veces expuestos y sobradamente sabidos. Sea suficiente recordar que el núcleo dominicano primero fue el Avemaría. Es un hecho constatado en los usos y costumbres de la liturgia y piedad de los primeros siglos de la Iglesia que la salutación del ángel Gabriel a María viene a ser uno de los fundamentos de la devoción eclesial a la Santísima Virgen. La inscripción del “jaire María” en uno de los muros de la primitiva Iglesia construida sobre lo que fue la Casita de San José en Nazaret, hoy conservado en el Museo adjunto a la Basílica de la Anunciación, pone de manifiesto que los cristianos de las primera generaciones saludaban así a Nuestra Señora.
El saludo se fue ampliando al incorporarse las palabras jubilosas de Isabel y el nombre de Jesús introducido en la Baja Edad Media. En pleno siglo XIII existen datos fehacientes de que entre los discípulos de Santo Domingo se rezaba ya lo que podría considerarse el germen inicial de la actual estructura del Rosario. El dominico catalán Romeo de Leyva que había conocido al Fundador, según las antiguas crónicas, “nunca se veía saciado de la dulcísimo salutación angélica que recitaba miles de veces” hasta su muerte, durmiéndose así en el Señor. Sabemos que con el Papa Pío V, quedó fijada definitivamente, mediante la Bula firmada el 17 de septiembre de 1569, la estructura del Rosario en sus quince misterios gozosos, dolorosos y gloriosos a los cuales, muy recientemente, ha añadido el Papa Juan Pablo II los nuevos misterios luminosos, 433 años después de la Bula de San Pío V.
Dejando al lado otras consideraciones conviene insistir en que el Rosario Mariano es un compendio de todo el Evangelio. Así lo ha enseñado Pío XII, Pablo VI y el Pontífice actual. En la sobriedad de sus partes y enunciados “concentra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico”. Con su rezo el pueblo cristiano vive y revive su fe, actualiza la Buena Nueva, oye la Palabra de Dios, se siente vinculado a Cristo. Es decir, mediante el rezo frecuente del Rosario los fieles se acostumbran a contemplar el rostro del Salvador, experimentando a fondo las excelencias del amor de Cristo.
Es necesario subrayar el alto valor cristológico del Rosario para poder apreciar con profundidad su rico e importante contenido. Casi todas las superficiales y hasta pueriles dificultades que se han presentado al rezo del Rosario, provienen de una crasa ignorancia de esta verdad fundamental: ¡El Rosario es netamente evangélico y cristológico! Esta multisecular práctica de devoción mariana queda, en su integridad, orientada y referida a Cristo, porque la misma Virgen María está toda ella referida a Cristo: “Ciertamente, la genuina piedad cristiana no ha dejado nunca de poner de relieve el vínculo indisoluble y la esencial referencia de la Virgen al Divino Salvador” (Cf. Marialis Cultus, n. 25).
De aquí dimana su dignidad y eficacia, si inmarcesible vigencia y su valor intrínseco. Es una verdadera contemplación del misterio cristiano desplegado en veinte episodios o escenas. Se trata, en última instancia, como ha dicho Juan Pablo II de “contemplar, comprender y rogar a Cristo con María y desde María” (RVM, nn. 13-17).
II IMITAR A CRISTO, IMITANDO A MARÍA
La Fiesta de Nuestra Señora del Rosario fue instituida por Gregorio XIII (1572-1585) en recuerdo agradecido de la victoria de Lepanto el año 1571, atribuida a la protección de la Virgen. La oración de la Misa dice así: “¡Oh Dios!, cuyo unigénito Hijo con su vida, muerte y resurrección, nos alcanzó los premios de la salvación eterna: te suplicamos nos concedas que, meditando estos misterios con el sacratísimo Rosario de la Santísima Virgen María, imitemos lo que contienen y alcancemos lo que prometen”.
En el ruego litúrgico, la Iglesia pide para sus hijos devotos del Rosario mariano algo de importancia primaria: acertar a meditar los misterios que conmemoran las respectivas decenas según los diversos ciclos de gozo, luz, dolor y gloria, procurando imitar a Jesús y a María, es decir, seguir sus santos ejemplos. Nuestro primer modelo de vida cristiana, evidentemente, es el mismo Cristo quien entre sus enseñanzas nos invitó a seguirle e imitarle: “El que quiera venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16,24)
En otro pasaje y en un acto de acción de gracias al Padre exclamó ante sus discípulos: “Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,29). Bastarían estos dos versículos del Evangelio para saber que nuestra primera obligación cristiana es imitar a Jesucristo, nuestro Maestro y Modelo de toda virtud, perfección y santidad. Cumplir su palabra y seguirle es exigencia irrenunciable de nuestro compromiso bautismal con Él. Ya nos lo avisó al revelarnos que este fiel cumplimiento imitativo es la clave o es secreto de gozar de la inhabitación trinitaria: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, mi Padre le amará, vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23)
Y junto a la imitación de Cristo la imitación de María. Quiso el Señor ofrecernos en su Divina Madre un Modelo más cercano y accesible a nuestra inmensa debilidad. San Luis María Grignion de Monfort enseña en su aúreo librito “El secreto de María”, las razones doctrinales y ascéticas que tenemos para imitar a María estando absolutamente seguros de que así imitamos a su Hijo. Y nos pone la comparación del sol y la luna. No podemos mirar directamente al Sol porque quedaríamos cegados por su fulgurante luminosidad. Pero en cambio, podemos mirar suavemente a la luna ya que el resplandor apacible de su luz nos anima a seguir contemplándola. Por otra parte Ella es el modelo seguro donde nos es dado configurarnos con Cristo: “Cualquiera que se introduzca en este molde y se deje manejar, recibirá allí todos los rasgos de Jesucristo, verdadero Dios y Hombre perfecto. Y esto de manera suave y proporcionada a la debilidad humana”.
La Virgen María nos dice a todos como a los servidores de Caná de Galilea: “Haced cuanto El os diga” (Jn 2,5). Pero a su vez, Ella también nos habla con el ejemplo de su vida evangélica. Porque –como afirmó Pablo VI- fue la primera y la más perfecta discípula de Cristo. Y esta condición tiene el valor universal y permanente” (Marialis Cultus, 35). En el rezo del Santo Rosario nos profesamos fervientes hijos y fieles servidores de la Virgen María. Ahora bien: no seremos auténticos devotos de Ella si descuidamos la imitación de sus virtudes. Así lo ha recordado a todos los católicos el Concilio Vaticano II (Const. Lumen gentium, 66).
Meditar los misterios de la vida, pasión, muerte y resurrección de Cristo, equivale a querer imitar a Cristo, pero el modo más fácil, sencillo y breve es imitar a María, su Madre.
III LA ALEGRE ESPERANZA DEL PREMIO
En la venerable oración dominicana incorporada a la Misa festiva del Rosario se pide conseguir lo que prometen los misterios que consideramos. Se trata por tanto de un aspecto escatológico que es parte esencia de la fe cristiana. La Iglesia nos enseña que María es signo de esperanza cierta y de consuelo para el pueblo peregrinante de Dios. Es también imagen y principio de la Iglesia que habrá de tener su cumplimiento en la vida futura. Cuando rezamos el Rosario con las condiciones debidas estamos garantizando, en cierto sentido, nuestra propia salvación.
En el Rosario, homenaje filial de veneración, amor, gratitud y servicio a Nuestra Señora, encaminamos nuestros pasos al encuentro de nuestra Madre. Nuestra esperanza en la vida eterna se incrementa hasta convertirse en una gozosa certidumbre. El Catecismo de la Iglesia nos habla de los que mueren en amistad con Dios, enteramente purificados. Viven para siempre con Cristo y son semejantes a Dios porque lo ven tal cual es (Jn 3,2). Lo ven cara a cara ( 1 Cor 13,12). Nuestra glorificación definitiva no tendrá término ni ocaso. San Pablo escribe repitiendo un importante texto de Isaías: “Lo que el ojo no vio, lo que el oído no oyó, lo que ningún hombre imaginó, ni pasó por mente humana, eso mismo preparó Dios para los que le aman” (1 Cor 2,9).
A partir de la reforma enriquecedora de Juan Pablo II, el Rosario se ha hecho todavía más evangélico y más apostólico. Se han subrayado las cuatro mas novedades mas notables: a) contemplar los misterios de Cristo con los ojos de María
b) reafirmar el carácter contemplativo del Rosario que no es sólo la oración vocal
c) haber introducido, como “nuevos diamantes evangélicos”, los misterios luminosos
d) rezar el Rosario con sus textos bíblicos, meditación silenciosa y cláusula añadida en cada misterio engarzando el nombre de Jesús y refiriéndolo al episodio evangélico evocado. Cuando culmina así hermosamente la parte primera del Avemaría que visualiza cada misterio ayudando a su interiorización.
La cofradía giennense del Rosario tiene delante de su horizonte apostólico un importante reto al que tiene que hacer frente con intrepidez: conseguir que todos sus miembros apoyen la espiritualidad en esta multisecular práctica de devoción mariana que tantos inmensos bienes ha producido en la Iglesia. Es urgente superar las rutinas, los apresuramientos, el rezo mecánico y atropellado. Y volver al núcleo fundamental. La contemplación es elemento esencial del Rosario que exige “un ritmo tranquilo y reflexivo remanso que favorezca la meditación de los misterios de Cristo vistos a través del Corazón de María”. Sólo así imitaremos lo que contienen y alcanzaremos lo que prometen.
Andrés Molina Prieto
De la Sociedad Mariológica Española.