Contemplar los Misterios de Cristo a través del Corazón de María
Es una consigna del Papa Pablo VI a propósito del rezo del Rosario. Citamos la frase completa como aparece en la Exhortación apostólica «Marialis cultus» nº 47: «Por su naturaleza el rezo del Rosario exige un ritmo traquilo y un reflexivo remanso que favorezcan a quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través de Aquella que estuvo más cerca de Él, y que desvelan su insondable riqueza.
La enseñanza pontificial equivale casi a un tratadito ascético para rezar y vivir el Rosario mariano, extrayendo de esta multisecular práctica devocional sus frutos más excelentes. Ofrecemos a los lectores una triple reflexión sobre el párrafo trascrito.
I. MARÍA, CALIDOSCOPIO DE CRISTO
Hemos oído innumerables veces el aforismo «A Jesús por María». Si se nos permite enunciaríamos esta máxima de este modo: «Al Corazón de Cristo por el Corazón de María» como el camino más breve, más recto, más fácil y más fructuoso. O también: buscar y saborear a Jesucristo en el interior purísimo de la Virgen. Es lo que predicaba constantemente San Luis María de Grignion de Montfort, y así lo dejó escrito en un o de sus maravillosos opúsculos.
Sabemos lo que es un calidoscopio, y siendo niños nos hemos deleitado con curiosas y divertidas miradas. Se trata de un tubo que contiene varios espejos y objetos de figura irregular: al mover el tubo y mirar por uno de sus extremos se ven infinitas combinaciones simétricas. Santa Teresa de Lisieux habla en «Historia de un alma» sobre este instrumento que permite apreciar dimensiones estéticas inéditas. Y saca de ello una provechosa lección espiritual. Si nos internamos en el Corazón Purísimo de la Virgen y aprendemos de sus lecciones de vida evangélica podremos entender mejor el «Misterio de Cristo» en singular, y los «Misterios de Cristo» en plural.
Por dos veces nos repite San Lucas una expresión llena de profundo significado a propósito del encuentro de Jesús en el Templo. Cuando María pregunta a Jesús, sorprendida por no haber acompañado a sus padres en la caravana de regreso: «Hijo, ¿por qué has obrado así con nosotros? Mira que tu padre y yo, apenados, andábamos buscándote», escucha esta respuesta formulada también como respuesta: «¿No sabíais que es preciso que me ocupe de las cosas de mi Padre?». Jesús regresa con sus padres a Nazaret. Pero el evangelista anota este importante dato: «Su Madre conservaba todo esto en su Corazón» (Lc 2,52).
Ese Corazón debe ser para nosotros observatorio donde podemos contemplar los misterios de Jesús y precioso calidoscopio donde cada palabra y cada gesto de Cristo toman tonalidades distintas y relieve diverso.
II. QUINCE MISTERIOS A TRAVÉS DE UN CORAZÓN
El Rosario se nos hace monótono porque no sabemos rezarlo o, lo que es peor, porque no queremos romper con nuestros hábitos rutinarios que invalidan toda plegaria convirtiéndonos en pobres discos rayados. No atendemos al Señor ni nos atendemos a nosotros mismos. Rezar por rezar, sin ton ni son, no tiene sentido y merece el severo reproche del Señor: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mí» (MT 15,8).
A lo largo de varios siglos el Rosario se vio bendecido, numerosas veces, por el Magisterio Pontificio y polarizó la devoción mariana de los fieles hasta llegar a ser una práctica de piedad predilecta. Pablo VI en la encíclica Christi Mari Rosarii reconoce su eficacia en la historia de la espiritualidad de la Iglesia. El Rosario es el ejercicio mariano más aprobado, más difundido, más aconsejado desde León XIII a Juan Pablo II. El Rosario es la respuesta del cristiano a la palabra de Dios.
Es urgente meditar despacio los quince misterios que resumen la historia de la salvación. Si acertamos a unirnos al Corazón de María como lo hicieron los grandes devotos para meditar las principales verdades de la Fé Cristiana, nuestro Rosario será más cristocéntrico y más eclesial, más eficaz y más santificador. Cada misterio reflexionado, vivido, saboreado, resultará un poderoso estímulo de santificación cristiana. La insondable riqueza (Ef 1,18) de nuestra fe y de nuestra vida cristiana, se nos hará más patente en la medida de nuestra unión filial con María.
Muchos son los defectos que hemos de corregir pero el primero radica en nuestra crónica superficialidad e inconsciencia. Comencemos a tomar en serio nuestro Rosario y nuestra vida espiritual cambiará con toda certeza.
III. UNA MIRADA CONTEMPLATIVA ANTES DE REZAR
Fue San Pío V, pontífice proveniente de la Orden Dominicana, llamado también «Primer Papa del Rosario» quien mediante la importante Bula «Consueverunt» aprobó la estructura definitiva de sus elementos constitutivos:
a) la contemplación, en comunión de María, de una serie de misterios de la salvación sabiamente distribuidos
b) oración dominical o Padrenuestro
c) la sucesión litánica de 50 Avemarías
d) la doxología final o «Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo».
Deseamos insistir en el primer elemento orgánico que es el contemplativo, el cual comprende los quince misterios de los tres ciclos, de gozo, de pasión y de gloria. Su armónico conjunto comprende el gozo de los tiempos mesiánicos; el dolor salvífico de Cristo y la gloria del Resucitado que inunda a la Iglesia. Obviamente, esta contemplación lleva a la reflexión práctica y a una estimulante norma de vida cristiana. Sin la contemplación de los misterios salvíficos del Rosario, éste viene a ser un cuerpo sin alma, y una mecánica repetición de fórmulas enteramente estéril.
¿Por qué el Rosario se ha convertido para muchas personas piadosas en una devoción rutinaria y cansina, carente de fruto y fuerza testimonial? – Porque no se ha valorado ni vivido su aspecto contemplativo. El Señor nos recordaría su gran aviso a sus discípulos: «Cuando oréis no seáis charlatanes como los paganos que piensan ser escuchados en virtud de su locuacidad» (Mt 6,7). Es necesario prepararse bien, con la mayor diligencia, para rezar provechosamente el Santo Rosario.
Urge que su rezo sea atento, fervoroso, humilde, confiado y perseverante, cumpliendo así los requisitos que Jesús puso a la oración evangélica. Todo esto no se logrará sin una esforzada concentración personal. Siempre, como enseña Pablo VI, en filial comunión con María a quienes ofrecemos con verdadero cariño filial nuestras alabanzas y de cuya poderosa intercesión esperamos alcanzar los bienes sobrenaturales para nuestra salvación y santificación.
El recién beatificado D. Manuel González, conocido universalmente como «el Obispo de los Sagrarios abandonados» solía aconsejar esta preciosa jaculatoria que podemos repetir antes de comenzar el Rosario: «Madre Inmaculada: que el rezo de tu Rosario y el saboreo de sus misterios sea la escala por la que bajemos hasta lo más hondo del conocimiento y desprecio propio, y subamos hasta lo más alto del conocimiento, amor y servicio de tu Divino Hijo». Pensamos que esta breve oración preparatoria contribuirá a crear el microclima necesario para poder conversar con María, meditando en su Corazón todos los misterios de nuestra Fe Católica.
Andrés Molina Prieto, Pbro.